7 de diciembre de 2007

Cucao




No recordaba el nombre hasta hace poco. Se llamaba Cucao. Había un lago oscuro y enorme, un río igualmente oscuro y una playa infinita. Parecía que el sol no terminaba de ocultarse nunca. Me acordé cuando veía la sinopsis de una película donde un grupo de amigos se tiraban corriendo por la ladera de un cerro y fumaban hierba en un bosque oscuro. Lo vi y me acordé de Cucao, de cuando me subí a un cerro y miré el mar y el lago y el río al mismo tiempo, me senté en el pasto y fumé hierba mirando un atardecer que no se terminaba, que el viento parecía congelar en una imagen proyectaba quinientas veces por segundo cuando todavía era una niña o lo que parecía una niña y pensaba que yo era el objeto más minúsculo del paisaje, una mancha errónea en la pintura.
Tuve ganas de estar ahí otra vez. En ese mismo cerro con el mismo viento enfriándome la nariz. Tuve ganas de ser la misma niña sentada sola fumando hierba en un rincón donde se acaba el mundo y se olvida el resto.

17 de noviembre de 2007

Chemical Happiness


Después de dos noches intentando infructíferamente estudiar fruticultura -qué palabra más adecuada-, con la cabeza llena de recuerdos del fin de semana y con todas las ganas de seguir saltando y gritando como una enajenada frente a dos ingleses poniendo las canciones más bailables del mundo, decidí que esto ya no podía seguir así. O aislaba un poco toda la emoción explosiva que me abordaba cada vez que recordaba el fin de semana o simplemente me iba a seguir yendo mal en las pruebas de fin de semestre. Por lo que el “We are the night” de los Chemical se fue del winamp de mi computador y de las carpetas de mi pendrive, así de drástica. Pero hoy, al llegar al trabajo y no tener con quien hablar ni ganas de seguir buscando información del maldito trabajo de Corea se me ocurrió buscar en youtube más videos de Chemical. Cuando llegué a uno de Burst Generator tomado desde cierta distancia del escenario y vi esa explosión irresistible de luces y los gritos de la gente, las manos alzadas y la música como salida a presión de los parlantes, me dieron ganas –aunque suene mamón- de ponerme a llorar. Es que aún no puedo salir de esa felicidad asfixiante que me dejó ver a Chemical Brothers en vivo –sí, felicidad asfixiante, de esa que por más que quieras pensar en algo triste o dejar de sonreír cuando viajas en el metro, no puedes- como si mi mente siguiera ahí, en primera fila, viendo a los Chemical pasearse por el escenario, más desenvueltos que antes, más cariñosos que antes, como si dos veces tocando en Chile los hiciera sentirse como en casa, estamos aquí otra vez, dándoles el mejor orgasmo de sus vidas fucking groupies!!

Cada vez que voy a un concierto quedo algo afectada por esta felicidad avasalladora. Unas veces más que otras, claro, y cada vez tengo una leve tendencia a pensar “éste sí que fue un buen concierto”. Si tuviera que elegir el mejor de mi vida me quedo sin palabras. Pues todos han sido increíbles –menos Placebo- aunque por fidelidad debo decir que el mejor de mi vida fue Smashing Pumpkins en el 98’, pero ahora, cuando sólo ha pasado una semana del concierto de Chemical Brothers en Chile y yo aún no puedo salir de ese estado mental estúpido y aletargante que me acompaña hasta en las pruebas y en las somníferas clases de Loyola, creo tener una cierta certeza cuando pienso que éste –sin contar a Smashing porque mi amor por ellos es demasiado grande- fue el mejor recital de mi vida.

Me siento incapaz de pensar en otra cosa. Sobretodo ahora que no puedo dejar de escuchar Burst Generator y trato –por Dios que trato- de no ponerme a bailar en mi puesto de trabajo. No sé, Chemical es insoportablemente feliz, y no puedo no serlo cuando escucho Sunshine Underground, siento que mi vida es increíble, que haber tenido la suerte de ver a los Chemical dos veces en primera fila me convierte en algo así como la felicidad hecha ser humano –sin mencionar el show de Björk al día siguiente y la fuga heroica desde cancha a vip- y que mis días ahora son como una película con Sunshine Underground y Star guitar como banda sonora.


http://es.youtube.com/watch?v=xPZiFJh93SA

Así es mi vida ahora. Así es como esa canción. Como ese video.

28 de octubre de 2007

El recuerdo


El mismo olor otra vez. Ese olor que expelía de las sábanas en las mañana calurosas del verano. El olor de los cuerpos, a quietud y tedio, el monótono despertar de las mañanas cuando eran cortas y él se levantaba antes del amanecer. Se iba y yo abría la ventana como esperando que la noche o lo que quedaba de ella se llevara ese olor, que borrara de mi nariz cansada el recuerdo, la monotonía quizás, las ganas de volver a la cama y dormir una vez más. Yo me levantaba y cambiaba las sábanas. A veces no lo hacía y simplemente me sentaba en la ventana a mirar los maceteros resecos. A veces enterraba mi nariz en las sábanas y me acordaba de él con ternura, otras no tanto. Hubieron veces que las remojé durante días enteros en la tina. Tal vez no me gustaba su olor o no me podía acostumbrar a él. Yo no sé. Un día se fue y yo boté las sábanas a la basura, me vestí y me puse a vagar por las calles bajo el sol y el humo del aire que se pegaba en el pelo, en la piel, en mi nariz cansada. Miré las vitrinas de la calle y alimenté a un perro sarnoso que movía su cola o algo esquelético que lo parecía. Crucé el puente y me fijé en el agua sucia del río, en el olor del río. El olor del barrio de adoquines y faroles quebrados a la orilla del río. Entonces lo encontré a él y sonreía. Me dijo que me quería. Yo olía a humo y a río sucio, a perro sarnoso y quizás también a sábanas húmedas. Yo le creí de todas formas. Nunca me olvidé del olor de sus palabras ni de la cara que puso cuando le dije te creo. Atardecía y el humo se hacía tenue como los colores del río. Como los reflejos del río.
Cuando se fue abrí la ventana y olí la noche, el ruido de los perros tristes y la cuidad oscura. Lo esperé un tiempo, una semana o dos tal vez, su olor se fue de la cama, de las sábanas sucias y yo fui olvidando cómo era, yo fui olvidando sus palabras y el olor de sus palabras, las sonrisas y la soledad de los amaneceres junto a la ventana. Aún recuerdo esas mañanas cortas, los cuerpos y el tedio, pero de su olor no volví a acordarme más.

27 de septiembre de 2007

Otra vez: Smashing Pumpkins en Chile


Viene Smashing Pumpkins a Chile. Cuando lo supe estaba trabajando frente a un computador y entra mi jefe en el mismo momento en que estoy leyendo las fechas de su gira y entonces cierro en forma autónoma la ventana como si fuese un gran pecado, y entonces entran personas pidiéndome una hora de Internet y yo no puedo reaccionar o no tengo reacción, se me atrofia el cerebro junto con los sentimientos y todo eso que uno debería sentir cuando todo lo que has esperado durante años promete hacerse realidad. Puede ser que una hora más tarde recién haya podido formular el pensamiento “Carolina, viene tu grupo favorito”, pero aún así seguí en shock, anestesiada, atrofiada, anonadada.
Sólo cuando salí del trabajo, subí al metro, saqué el pendrive y puse “That’s the way (My love is)” un asomo de felicidad me revolvió el estómago. Smashing Pumpkins en Chile, qué noticia. No pude evitar brindarme a mí misma con cada vaso de cerveza que me tomé esa noche. Tampoco decirle a cada ser que se me acercaba que Smashing Pumpkins venía el 6 de diciembre y que yo estaría ahí.
Aún no me lo creo del todo, tengo la certeza de que los veré tocar en Santiago de Chile muy pronto y sin embargo no digiero la noticia del todo. No me importa si aún no se confirma del todo, Billy Corgan nos prometió hace 9 años que volvería yo le creí y todavía le creo. Sólo puedo decir que después del 6 de diciembre de 2007, Carolina C. puede morir en paz.

19 de septiembre de 2007

Sonrisa


Pensé en todos los chistes que me dijiste cuando mirábamos la tele. Me reí por segunda vez de algunos y olvidé los otros. Pensé en tu colección de películas y tus zapatillas sucias. Hubo un destello de negación cuando me despedí de ti en la estación, como una película de las que tienes en tu colección y que ves puntualmente como si fuera siempre la primera vez. Caminaste y no volteaste por unos pasos que creí eternos. Quizás tú también los creíste así, pero yo nunca lo voy a saber. Me viste y sonreíste, pero no había nada en esa sonrisa. La sonrisa lúgubre de los días de calor, de los días de largas mentiras y tristes historias de niños. Creo que te dije que te llamaría, quizás pensé en que te llamaría o sostuve esa posibilidad mientras duraba tu sonrisa en esa distancia que parecía oscura y clara al mismo tiempo, la distancia que nunca llegaríamos a recorrer de vuelta.
Caminé unos pasos y pensé en ti, en esa sonrisa sin forma. Después ya no recuerdo nada más.

3 de septiembre de 2007

Joyeux Noël


Resulta que cierto personaje una vez vino a mi casa y me dejó unas películas que nunca tomé en consideración –digamos que no me apetecen las películas en formatos extraños y mucho menos las poseedoras de terribles doblajes españoles- por lo que fueron directo al cajón de películas y ahí se quedaron todo este tiempo, hasta que mi hermano, víctima de una terrible enfermedad y poseedor de un tiempo libre impresionante, las desenterró y me invitó a su lecho de muerte a ver una de ellas.

La película era “Joyeux Noël”, una película bélica que no me hubiese apetecido si no hubiese sido por la aparición de Daniel Brühl, uno de los pocos hombres capaces de hacerme babear en esta vida casi privada de tales efectos. La cosa es que era una película de guerra y la calidad de imagen del DVD era deplorable, razones que para mí son más que suficientes para no verla, pero el alemancito en cuestión me atrapó.

Trata sobre una navidad de la primera guerra mundial, en un enfrentamiento entre trincheras alemanas, francesas y escocesas. Un alemán cantante de ópera decide cantarles a sus compañeros una canción de navidad, a la que se unen los escoceses desde su trinchera acompañando con sus gaitas, el alemán sale de su trinchera cantando y camina por las tierras de nadie con un árbol de navidad en la mano hasta la trinchera oponente y los llena de emoción. Todos salen de sus trincheras y comparten una emotiva noche buena juntos como hermanos, alemanes, escoceses y franceses. Ahí empezó a parecerme extraño todo eso –por no decir “conocido”-. Hacen una misa, cantan un rato más y vuelven a sus trincheras. Al día siguiente se juntan a enterrar sus muertos. Después las autoridades alemanas dan aviso de un bombardeo a las trincheras francesas y el bueno de Daniel Brühl ofrece refugio a los franceses en las trincheras alemanas –sigue sonándome conocido- después se hacen amigos, se muestran fotos de sus mujeres y se disputan amistosamente la tenencia de un gato que va de trinchera en trinchera con mensajes fraternales atados al cuello y eso ya me pareció el colmo. Algo así como un déjà vu fílmico. No podía ser más igual a “Mi mejor enemigo” película chileno-argentina situada en un conflicto de Chile y Argentina donde los soldados de ambos países en medio de la nada –la Patagonia, lo mismo- se hacen amigos mediante un perro que va de trinchera en trinchera con mensajes atados al cuello.

Me dediqué entonces a vagar por infinitos sitios de Internet con críticas de cine para cerciorarme si alguien ya había notado la similitud, pero apenas mencionaban una semejanza al tratarse de películas que hablaban del lado humano de la guerra. Busqué el año de cada película y ambas coincidieron con el 2005. Entonces, ¿qué mierda pasa acá?, ¿es posible que la misma idea se haya gestado independiente y simultáneamente en el primer mundo y en el tercero?. Luego entendí. Puede ser la misma vaga idea, pero finalmente son planos distintos. Distintos guiones, distinto escenario, distinto contexto, qué se yo, “Feliz navidad” es una película basada en hechos reales, supongo que en muchas guerras ha sucedido algo similar, por lo que el recurso de la mascota enviando mensajes puede ocuparse infinitas veces, sospecho.

La película al final de cuentas, me pareció buena –sobretodo el exquisito teniente alemán- y llena de buenas intenciones. Al final uno se queda pensando que las guerras son una estupidez –aunque eso ya está de cajón-. Sin embargo yo creo que me quedo con “Mi mejor enemigo” quizás porque soy chilena y es un conflicto chileno, cercano, porque los personajes son chilenos o porque los chistes son absolutamente chilenos –el perro corriendo con los lentes puestos de un argentino víctima del robo de un chileno me pareció insuperable-. Quizás porque la vi primero y no estuve fijándome en los detalles análogos entre ambas películas, como lo hice en “Feliz navidad”. No sé. Lo único que puedo sacar en limpio de todo esto es que siempre me van a gustar los hombres con cara de niños, como mi –ahora mucho más- amado Daniel Brühl.

30 de agosto de 2007

28 Weeks Later


Siento una especie de ahogo por esta película. No tengo con quien comentarla ni posibilidad de volver a verla por mucho tiempo más –hasta que la piratería vuelva a hacerse presente en mi vida- por lo que me obsesiono recordándola, soñando con zombies, sangre, persecuciones espeluznantes y una banda sonora bastante notable.

28 Days Later es sin duda una de las películas a las que recurro periódicamente los fines de semana de ocio. Nunca he sido fanática de los zombies, pero ésta me robó el corazón absolutamente –sin mencionar que Cillian Murphy también lo hizo y que el toque Danny Boyle me atrapó irreversiblemente desde la encantadora Trainspotting- con muy buena fotografía y una banda sonora destacable, razones por las cuales caigo irremediablemente en ese enamoramiento obsesivo por las películas que sufro de vez en cuando.

28 Weeks later es menos adorable y mil veces más escalofriante que su antecesora, sin embargo me robó el corazón de todas formas. Es que nadie puede resistirse a la imagen de un Londres desolado y vacío, y a unos zombies al fin poderosos, rápidos y sin esa típica actitud de enfermos mentales que suelen tener los zombies en casi todas las películas que he visto –razón por la cual no soy amante del género-. Notable me pareció la primera escena completa, una pequeña pero increíblemente excitante introducción 28 semanas antes de la historia central. Y más aún, la escena de la infección masiva de gente hacinada -tal cual lo describían en la primera película- vomitándose unos a otros, sanos e infectados habitando el mismo espacio, el caos, sangre, gritos, desesperación y lo más increíble de todo: una música demoledora. Sólo Dios sabe cómo hubiesen terminado mis uñas si no hubiese tenido la precaución de comprar cabritas antes de la función.

Si bien es cierto que 28 Weeks Later no supera a mi siempre amada 28 Days Later, se convirtió en una de las mejores películas que he visto últimamente –aunque no es un buen punto de comparación teniendo en cuenta que las últimas que vi en el cine fueron Transformers y Los Simpson- y quedará apuntada solo un poco más abajo que su antecesora en mi lista de favoritas. Quisiera verla una segunda vez para convencerme del todo. Por ahora puedo decir que me encantó, y que seguiré escuchando la banda sonora en el pendrive al viajar en el apocalíptico transantiago a la hora punta –muy apropiado- mientras siga esperando una copia guardada entre mis regalonas.

9 de junio de 2007

En el borde


Estoy en el borde, mirando la punta de mis zapatos, esperando caerme alguna vez, recorrer el escaso trecho que me separa de los otros inviernos, de los que no he pasado todavía, de los que me empujaron cuando aún creía. Estoy esperando que te vayas. Estoy esperando que se mojen las piedras y se borre el camino que ya recorrí, que te pierdas y no vuelvas, que se me olvide que me voy a caer en la próxima esquina, con los mismos vicios de todas las noches, con el mismo olor del invierno. De todos los inviernos.
Estoy en el borde del invierno esperando que se me olvide que me voy a caer.

30 de mayo de 2007

Sólo pasos


Caminamos en silencio. Las piedras bajo mis zapatos se reían de mi mal equilibrio y mi conciencia me gritaba que actuara rápido antes de que el tiempo se arrancara de mis manos, de mis posibilidades. Tú no hablabas, fumabas tu cigarrillo con calma y respirabas pausado mientras la noche se caía a pedazos frente a nosotros. Mi cabeza bailaba sola en la oscuridad y tú no podías notarlo, tú nada podías hacer porque tu cabeza explotaba con la mía al mismo tiempo y ninguno de los dos lo comprendía aún. Sólo caminábamos. Rebuscaba en mi cabeza un maldito tema de conversación pero todos me parecían estúpidos, nada podía pensar en paz porque tu respiración calmada lo derrumbaba todo. Estas bien?, me preguntaste después de un rato y yo te respondí que sí, aunque en realidad no supe a qué te referías, a si aún podía mantenerme de pié y caminar en línea recta sin balancearme de un lado a otro, o si en realidad querías saber cómo me sentía. La verdad es que me sentía de maravilla, la noche era perfecta para mí, había un silencio acogedor, una soledad casi impenetrable y tu compañía que me venía más que bien.

Seguíamos caminando, cada paso que dábamos aniquilaba las esperanzas, mataba de a poco el tiempo anhelado tantas veces. Yo sólo miraba tu silueta recortada en el cielo oscuro y sin luna, miraba tu boca en silencio y adormecida por el frío, buscaba tus ojos perdidos entre pedazos de pelo cayendo sobre tu cara pero nunca los hallaba, se escondían entre la penumbra y tú no podías notarlo porque tu cabeza giraba tantas veces por segundo como la mía. Alcanzamos una micro y tomamos un asiento, el fin era inminente y aunque hubiese matado por cambiar el rumbo obvio de las cosas, siempre supe que no podían ser de otra forma. Eres buena compañía, me dijiste regalándome una tregua personal en medio del bombardeo de ideas y pensamientos que violaban mi calma. Yo no pude responderte, no tenía palabras, mi lengua estaba atada y guardé silencio. Tus ojos me calmaban un poco, pero ya todo era inevitable, el tiempo se iba, burlándose de mi poca valentía y yo me hundía en el fango de mis propios temores. Me besaste en la mejilla antes de despedirte y me regalaste una de tus miradas más intensas, y yo no pude más que morderme los labios y seguir en silencio.

27 de mayo de 2007

Enojo

Venía llegando de una degustación de vinos. Uno de esos lugares llenos de viejos guatones entallados en sus trajes de dos piezas con sus copas de tinto en la mano hablando de los taninos redondos y toda esa mierda enológica. Había estado bebiendo vino de una copa junto a mis compañeros y habíamos sostenido conversaciones a la altura, habíamos hablado de los valles vitivinícolas, de la fermentación maloláctica y de la untuosidad en boca. Habíamos sido borrachos con clase por primera vez en nuestras vidas. Había vuelto a casa sintiéndome un poco más importante de lo que suelo sentirme normalmente. Había sido recibida con mayores elogios por parte de mi familia, había sido interrogada de cómo me parecieron los vinos, si había aprendido algo nuevo que pudiera contarles. Había sido feliz hasta que prendo el computador y en msn hay un contacto de esos con los que suelo hablar habitualmente, de esos que saludas cuando entras, de esos que pueden mandarte a la misma mierda cuando están de mal humor. Y ahí estaba ese contacto diciéndome que estaba triste. Diciéndome que se sentía solo, que tenía una de esas penas que te ahogan cuando te pillan desprevenido. Yo estaba feliz, por lo que supuse que debía tomar el papel de ente consolador que escucha –en este caso lee- y entiende. Y eso fue lo que hice. Y eso fue lo que supuse era lo mejor que podía hacer estando comunicados a través de un computador, leyendo sus palabras escritas a unos 110 kilómetros de distancia, pero no fue una distancia suficiente como para frenarlo de decir cosas en mi contra como si yo tuviera algo de responsabilidad en su pena.

Me había considerado una persona poco rencorosa, había creído conocerme en ese aspecto. Pero me equivocaba. Sus palabras se alojaron en una especie de cápsula de recuerdos inolvidables que estarán ahí cada vez que me levante por las mañanas y piense en lo que debo hacer durante el día.

El caso es que me había desconectado del msn sintiéndome absolutamente enojada. Me había dicho conformista. Me había dicho tonta. Me había sentido del todo insultada y subvalorada -sin mencionar que también me había sentido estúpida al tratar de consolar a alguien que me insulta- y había pensado durante buena parte de la tarde en lo que había dicho, y luego en lo equivocado que estaba. Había vuelto a casa sintiéndome capaz de todo para venir a leer los insultos que me llegaban directo al ego desde 110 kilómetros de distancia. Así que de esa forma se activó todo ese mecanismo que hace a las personas salir del letargo pasajero por el que se suele pasar de vez en cuando y me sentí harta de toda esa mierda de personas egocéntricas que necesitan aplastar al otro para sentirse más. Me harté de ser humilde, de ser tan tonta como para tratar siempre de bajarle el perfil a todo lo que hago para no parecer jactanciosa, de no hablar demasiado de lo que hago y soy, por temor a que me tilden de arrogante, de convertirme en uno de esos personajes que hablan de sí mismos y aburren. Siempre eliminando de mis frases las palabras “Ingeniería”, “Universidad de Chile” y todo eso que me parecía jactancioso -Ni siquiera hablo de literatura y de los autores que leo a pesar de que estudio una carrera que no me hace leer ese tipo de autores y sin embargo leo más que el promedio de cualquier ingeniero-. Siempre tratando de valorar al otro para hacerlo sentir bien. Siempre escuchando, siempre humilde. Me harté.

Había despertado hoy por primera vez con ganas de estudiar. Había decidido que ya no me iba a dejar intimidar por nadie y que iba a hacer algo por ser mejor de lo que soy. De lo que ya soy. Quizás no debería odiar del todo esa conversación y hasta agradecer el enojo que me hizo sentir. Algún día se dará cuenta de lo equivocado que estaba, como yo me doy cuenta de lo equivocada que estaba también.

26 de mayo de 2007

Gritar

Carla tiene ganas de gritar. Quiere gritar tantos garabatos y maldiciones sepa, pero es demasiado tímida para eso, demasiado tímida para llamar la atención gritando en medio de una calle, aunque esté vacía. No tiene valor para ello. Respira, aprieta los puños, pero no puede. Sólo tira el aire por la nariz y aprieta los dientes. Sigue caminando en esa calle dispareja y sola con la mandíbula apretada y la cólera sujetándose en su garganta estrecha. Esto le ha pasado cientos de veces pero nunca termina por acostumbrarse.
Está desilusionada. Piensa que ya aprendió y que no volverá a tener fe en nada, pero llegado el momento vuelve a creer, el cielo nunca se cierra absolutamente cada vez y ella mira el sol en algún rincón y cree. Siempre termina creyendo. A veces hasta cree en el pronostico del tiempo e incluso en el lastimero llanto de los perros. De vez en cuando cree en los ojos de alguien. Ya es demasiado adulta como para creer en los ojos de alguien, piensa, pero muchas veces le es inevitable. Carla sabe que el invierno no es bueno para creer en los ojos de alguien, pero se le olvida de vez en cuando. Y vuelve a creer. Vuelve a creer en invierno cuando las nubes lo ocultan todo y la fe se congela y se quiebra en la escarcha.
Ya no quiere gritar. Su mandíbula se afloja en cada paso y se tranquiliza. No vale la pena, piensa. Llega a su casa y enciende la música, algo tranquilo, algo para ignorar un poco. Se tira en la cama. Grita.

12 de mayo de 2007

La despedida

Yo no tenía idea lo que había pasado antes. La última vez que lo vi parecía como si no hubiese dormido en meses, como si ya no existiera una ducha en su vida y la comida fuera parte de un pasado un poco confuso. Se suponía que no consumía drogas, pero la pinta que traía esos últimos días daba miedo. No miedo de que te hiciera algo (o quizás sí, dependiendo de cuánto lo conocieras), más bien miedo a que se fuera a caer muerto en cualquier momento frente a tus narices. Se andaba despidiendo de sus amigos, se iba a España, o Francia, no lo tuve muy claro. No le pregunté mucho, no éramos muy cercanos, aunque yo le hubiese dado un abrazo infinito como despedida. Me dijo que no sabía por qué se iba, yo le pregunté si sabía cuando volvería, si sabía si volvería, pero no me respondió. Yo creo que no estaba muy presente cuando habló conmigo la última vez. Parecía un zombie. Su pelo estaba tieso y tenía unas ojeras casi azules. Yo sabía que esa sería la última vez que lo vería y le acaricié el pelo. Yo lo quería un poco. Le toqué los mechones de alrededor de la cara y le pedí que se cuidara. Él intento figurar una sonrisa en su rostro desaliñado pero poco le resultó. Cuando ya se había ido a Europa me contaron que se había ido a despedir de Laura, que le había dicho que la amaba y que ella le había respondido que eso le importaba una mierda. Me dijeron que él le había dado una bofetada en la mejilla y que ella le había propinado un buen número de patadas y le había gritado que se fuera de su casa, que no quería volver a verlo nunca más. Todos sabíamos que él no la había podido olvidar nunca. Todos sabíamos que Laura lo veía como con desprecio, que despreciaba a todos esos poetas de mala muerte que se lo pasaban tomando y escribiendo incoherencias. Yo que Laura le plantaba un buen beso de despedida y me lo llevaba a la cama por última vez. Como por los buenos tiempos, si es que los hubo. Pero su cara de muerto no era por eso. Su cara era por otra cosa, pero nadie lo sabía muy bien, aunque supongo que era por todos esos días tomando en los bares sin descanso, por todos esos poemas que nunca se iban a publicar, que no se iba a llevar con él. Le dije que se cuidara, porque no se me ocurrió qué más decirle. Me hubiese gustado ser Laura e irme con él, pero no me atreví a decírselo. Así que le di un beso en la mejilla y se fue. Lo espié mientras se iba, caminaba lento, como ausente, el pelo hasta los hombros parecía pesarle. Intenté saber de él con el tiempo, de su paradero en Europa, si le iba bien, o tenía qué comer al menos. Pero nunca tuve noticias de él.

9 de mayo de 2007

Desahogo

Quisiera pararme de la clase un día, mirar al profesor a los ojos frente al resto de mis compañeros y decir permiso, yo me retiro, lo intenté, pero esta carrera no es lo mío. Es como un sueño. Pero uno de esos inalcanzables. Un amigo me contó un día que se paró de su clase de cálculo y dijo permiso, pero yo me retiro de la carrera. Yo lo admiro. Claro que era en su primer año y no tenía una deuda de diez millones de pesos como la que yo tengo con el estado a estas alturas. Este es mi secreto. Si leyera esto un futuro enólogo de mi clase entonces nunca más me incluirían en los grupos de vinificación, me despreciarían lo más probable. Así que fingir es el camino. No es del todo difícil tampoco, lo he hecho a menudo, aunque a estas horas, cuando he estudiado tanto y sigue sin apasionarme este asunto del vino entonces irremediablemente pienso que todo esto me supera, que no puedo más.
Quizás con unas horas de sueño ya no piense así. Quizás algún día deje de preguntarme cómo hubiese sido estudiar literatura. Quizás algún día sea enóloga y me ría de todo esto.

7 de mayo de 2007

Invierno?


Siento que es invierno. Pero los días siguen siendo calurosos, yo voy por la calle sintiendo calor y pienso no es invierno, sigue siendo verano, voy a dar vuelta a la esquina y me voy a encontrar con el chico que toca el timbre de mi casa todos los días. Pero llega la noche y me entumo. Hace frío a veces, como en invierno, siento silencio como en invierno, siento vacío, como ese vacío que se siente cuando llueve y caminas solo. Como cuando es invierno y piensas que es eterno, que allí te quedas para siempre.
Pero aún no es invierno, y yo todavía no me lo creo

29 de abril de 2007

Amigas del alma

Resulta que ella es así, callada, introvertida podría decirse. Le cuenta sus problemas a todo el mundo pero lo que realmente siente no lo sabe nadie. Ni yo, que soy su amiga del alma, como muchas veces se ha encargado de repetirme. Dice que siente ganas de matarse mientras se come un grasoso pedazo de pizza y le saltan las migas de la boca riéndose de su propio desfachatez, yo le digo que yo también me mataría, pero es una broma y lo sabe, lo sabemos. La muerte es un tema gracioso y recurrido cuando hay problemas y no queda otra que hacer de tripas corazón y seguir. ¿Matémonos ahora? ¿Crucemos Vespucio corriendo con los ojos cerrados? Nos reímos, terminamos emborrachándonos en alguna parte, hablando mil veces los mismo temas.
Ha tenido problemas en su trabajo, no la quieren dice, no les cae bien a la gente, dice que tiene una marca en la frente que le indica al resto ignorarla, o pisotearla algunas veces. No me cuenta mucho y cuando lo hace siempre está estampada una sonrisa en su cara. Yo me río también, siempre reímos, pero en el fondo no es gracioso. En el fondo sufre, pero yo no puedo hacer nada. Un día leyó en un libro de Coetzee que una mujer lesbiana no era la que necesitaba la cercanía de otras mujeres sino que simplemente era la que no sentía la necesidad de un hombre. Desde entonces dijo que quería ser lesbiana. Poco le duró. Se vió en la cama de un hombre en menos de lo que pudo darse cuenta y me explicó que sólo era cuestión de necesidad física, que después de todo la anatomía de un hombre era irreemplazable, afirmación que yo, por supuesto, apoyé rigurosamente. El problema era que no era necesidad de física de cualquier hombre sino que comenzó a hacerse exclusivamente de uno solo. Primero afirmó que ese hombre era el mejor, que sus trucos eran únicos, luego sus argumentos eran innecesarios y ya no se molestaba en intentar disfrazar lo que iba sintiendo. Ya no quería ser una lesbiana según Coetzee. Ya no podía serlo tampoco. Hubo un tiempo en que no me habló más del asunto, yo pensaba que las cosas iban bien, me distraje de la trama de su vida, de sus conversaciones irracionales en el teléfono y sus ganas irónicas de matarse.
No me di cuenta que tenía razón, que su marca en la frente existía y era indeleble y que la gente la pisoteaba de vez en cuando. Me dijo un día que no existía una recompensa por hacer las cosas bien en la vida, que el hombre ya no estaba más en la historia y que se había ido de una forma más o menos traumática. No me contó exactamente o no me dijo la verdad por vergüenza supongo, por pudor, somos amigas, pero a veces la vergüenza es más fuerte y uno oculta las malas historias, los relatos feos que delatan lo vulnerables que podemos ser a veces. Ella no dijo más. Yo no le volví a preguntar tampoco.
La última vez que la vi me dijo que podríamos matarnos uno de estos días, y yo le dije claro, la próxima vez que crucemos Vespucio. Pero no me la he encontrado desde entonces.

26 de abril de 2007

Odio nocturno


A veces se me olvida que no tengo corazón. Me quedo pegada leyendo las paredes y los recuerdos y siento cosas. Siento pena, siento rabia, cariño, odio, miseria. Luego recuerdo mi condición post verano, la imposibilidad de sentir, de escuchar palabras bonitas, historias melosas que asquean y melodías marcadas que no quiero volver a oír. Escupiría sobre ellos y los sentimientos abusivos que deterioran las horas en nada y termino lamentando pensar tantas cosas que no puedo manejar. Termino lamentando ser yo y pensar las cosas que pienso. Las cosas que estúpidamente termino haciendo cuando es de noche y aparece el silencio sentado conmigo y pienso que quizás sí tengo corazón, que no es tan malo tenerlo de vez en cuando. Estúpida mente cargada de errores.
Entonces recapacito y respiro. No, no puedo seguir odiando tanto, no puedo seguir odiándome tanto, la gente dice que no es malo confiar, que en algún momento existió la tranquilidad y la vida sencilla. Y yo no puedo encontrarla todavía. Por eso tal vez no dejo del todo de sentir. Por eso sigo siendo un animal hiperlaxo cargado de emociones. Y me odio por ello.

19 de abril de 2007

Caminando

Voy caminando por vicuña mackenna escuchando Hotel Intro y me parece que soy un personaje confuso dentro de una película lenta de calles y autómatas y me siento extraña porque voy pensando y creyendo que soy el único pensamiento sombrío en medio del movimiento infinito de los autos, los cuerpos, los semáforos. Voy por las mismas calles en las que caminé el verano pasado, cuando usaba poleras y guardaba pensamientos alegres en mi cabeza porque hacía calor y el calor atrae los buenos pensamientos, los buenos sentimientos. Camino por las calles que caminé mirando esa sonrisa que tanto llegó a gustarme, que tanto llegué a querer, como si una sonrisa fuera exactamente un disparo en la cien, la descarga que detonaría las ruinas invernales que yo no pude ver cuando miraba esa sonrisa y la quería. Cuando yo tomaba esos labios y los creía míos, la carne interminable de mis deseos.
El invierno es inevitable, lo supe desde siempre, desde el inicio de todos los inviernos, lo supe cuando sonreía, cuando lo quería. Voy caminando por la misma calle que recorrí en el verano, voy recordando sus palabras infectas, la herida imborrable de sus dientes claros, sus labios falsos, los mismos labios que quise, cuando había calor y caminaba por vicuña mackenna bajo el verano olvidado. Yo me perdí en ese verano. Voy caminando por vicuña mackenna bajo el invierno y ya no siento nada. Ya no puedo sentir nada. Porque yo me perdí en ese verano.

15 de abril de 2007

Anoche

Anoche yo iba a verte en el mismo lugar donde te vi la última vez. Me dijiste que me ibas a esperar hasta cualquier hora y yo no sonreía, pero era feliz. Yo tenía corazón en ese lapso porque era como un episodio irreal de una vida irreal y yo te quería esa noche porque yo no era yo y tú no eras tú. Yo te dije que iba a encontrarte y tú esperaste que la noche avanzara callada en el frío, tú te dibujaste como esa noche cuando yo te quería y te miraba incansable en la oscuridad, éramos como tú y yo de ese invierno, como los personajes pasados de una historia borrosa que se entumió.
Anoche yo te encontré, tenías los ojos cerrados debajo de los pedazos de pelo que caían sobre tu cara. Estaba la misma ventana y la luz quieta del invierno pasado, estaba esa música apagada y los dibujos sobre las paredes que nunca me gustaron. Te dije que iba a encontrarte aunque no estuvieras. Te dije que iba a quererte aunque no fuera cierto. Tú reíste, dijiste que así estaba bien, que así debió haber sido siempre, que me habías esperado en tantas partes y en tantos inviernos inciertos. Entonces empezaste a desvanecer. Te quise entonces antes del fin, y sonreíste mil veces antes de apagarte por completo.

14 de abril de 2007

Envidias


No sé. Me miraba al espejo y me consideraba un personaje ordinario. Me pierdo en medio de todas las caras anónimas del Paseo Ahumada porque soy una cara anónima como todas. Una cara sin registro, sin un sello que diga que me llamo Carolina, que me gusta la pizza sin jamón, los libros de Bolaño y comerme las uñas en las pruebas. Un extra en la basta ciudad de Santiago.
Yo creía eso. Pero justo cuando imagino que soy una insignificante calcomanía en el cuaderno viejo de alguien, resulta que soy un modelo a seguir. Que después de todo atraigo envidias, misteriosas y un poco inexplicables envidias de alguna parte que no entiendo. Debería sentirme bien entonces, satisfecha de lo que soy, de lo que hago, de lo que proyecto, pero no dejo de sentirme enojada. Es que no puedo ser Carolina sólo yo?. Qué presumido de mi parte este pensamiento incómodo, pero qué mierda, estoy enojada. Odio que me copien, eso es todo. Odio que exista gente como la que me he topado últimamente, odio que imiten mi vida. Ya tuve suficiente de esto hace algunos años y pensé que había pagado el karma. No era así. A pesar de que me siento insignificante y que muchas veces detesto mi cara en el espejo y mi propia voz durante las caminatas interminables por Santiago, creo que al final no soy una cara anónima. “Soy un único y bello copo de nieve saltando y bailando en este mundo”. Tyler Durden se equivocaba entonces.

24 de marzo de 2007

Shock

No siento nada corriendo por el cuerpo, ni la garganta. No siento nada. Es como quemarse y morirse sin dejar de respirar, como un tiempo demasiado largo que hiere sin tocar. Mis ideas están en silencio. El odio, la pena, juegan a las cartas en mi cabeza y yo me quedo callada porque mis ideas están en silencio. Mi corazón está en silencio. Me volveré un pedazo de tiempo que ya no va a pasar, la fracción que no existió, que se perdió. Yo guardo esas imágenes, y el silencio, porque no siento nada.