Venía llegando de una degustación de vinos. Uno de esos lugares llenos de viejos guatones entallados en sus trajes de dos piezas con sus copas de tinto en la mano hablando de los taninos redondos y toda esa mierda enológica. Había estado bebiendo vino de una copa junto a mis compañeros y habíamos sostenido conversaciones a la altura, habíamos hablado de los valles vitivinícolas, de la fermentación maloláctica y de la untuosidad en boca. Habíamos sido borrachos con clase por primera vez en nuestras vidas. Había vuelto a casa sintiéndome un poco más importante de lo que suelo sentirme normalmente. Había sido recibida con mayores elogios por parte de mi familia, había sido interrogada de cómo me parecieron los vinos, si había aprendido algo nuevo que pudiera contarles. Había sido feliz hasta que prendo el computador y en msn hay un contacto de esos con los que suelo hablar habitualmente, de esos que saludas cuando entras, de esos que pueden mandarte a la misma mierda cuando están de mal humor. Y ahí estaba ese contacto diciéndome que estaba triste. Diciéndome que se sentía solo, que tenía una de esas penas que te ahogan cuando te pillan desprevenido. Yo estaba feliz, por lo que supuse que debía tomar el papel de ente consolador que escucha –en este caso lee- y entiende. Y eso fue lo que hice. Y eso fue lo que supuse era lo mejor que podía hacer estando comunicados a través de un computador, leyendo sus palabras escritas a unos 110 kilómetros de distancia, pero no fue una distancia suficiente como para frenarlo de decir cosas en mi contra como si yo tuviera algo de responsabilidad en su pena.
Me había considerado una persona poco rencorosa, había creído conocerme en ese aspecto. Pero me equivocaba. Sus palabras se alojaron en una especie de cápsula de recuerdos inolvidables que estarán ahí cada vez que me levante por las mañanas y piense en lo que debo hacer durante el día.
El caso es que me había desconectado del msn sintiéndome absolutamente enojada. Me había dicho conformista. Me había dicho tonta. Me había sentido del todo insultada y subvalorada -sin mencionar que también me había sentido estúpida al tratar de consolar a alguien que me insulta- y había pensado durante buena parte de la tarde en lo que había dicho, y luego en lo equivocado que estaba. Había vuelto a casa sintiéndome capaz de todo para venir a leer los insultos que me llegaban directo al ego desde 110 kilómetros de distancia. Así que de esa forma se activó todo ese mecanismo que hace a las personas salir del letargo pasajero por el que se suele pasar de vez en cuando y me sentí harta de toda esa mierda de personas egocéntricas que necesitan aplastar al otro para sentirse más. Me harté de ser humilde, de ser tan tonta como para tratar siempre de bajarle el perfil a todo lo que hago para no parecer jactanciosa, de no hablar demasiado de lo que hago y soy, por temor a que me tilden de arrogante, de convertirme en uno de esos personajes que hablan de sí mismos y aburren. Siempre eliminando de mis frases las palabras “Ingeniería”, “Universidad de Chile” y todo eso que me parecía jactancioso -Ni siquiera hablo de literatura y de los autores que leo a pesar de que estudio una carrera que no me hace leer ese tipo de autores y sin embargo leo más que el promedio de cualquier ingeniero-. Siempre tratando de valorar al otro para hacerlo sentir bien. Siempre escuchando, siempre humilde. Me harté.
Había despertado hoy por primera vez con ganas de estudiar. Había decidido que ya no me iba a dejar intimidar por nadie y que iba a hacer algo por ser mejor de lo que soy. De lo que ya soy. Quizás no debería odiar del todo esa conversación y hasta agradecer el enojo que me hizo sentir. Algún día se dará cuenta de lo equivocado que estaba, como yo me doy cuenta de lo equivocada que estaba también.
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