12 de mayo de 2007

La despedida

Yo no tenía idea lo que había pasado antes. La última vez que lo vi parecía como si no hubiese dormido en meses, como si ya no existiera una ducha en su vida y la comida fuera parte de un pasado un poco confuso. Se suponía que no consumía drogas, pero la pinta que traía esos últimos días daba miedo. No miedo de que te hiciera algo (o quizás sí, dependiendo de cuánto lo conocieras), más bien miedo a que se fuera a caer muerto en cualquier momento frente a tus narices. Se andaba despidiendo de sus amigos, se iba a España, o Francia, no lo tuve muy claro. No le pregunté mucho, no éramos muy cercanos, aunque yo le hubiese dado un abrazo infinito como despedida. Me dijo que no sabía por qué se iba, yo le pregunté si sabía cuando volvería, si sabía si volvería, pero no me respondió. Yo creo que no estaba muy presente cuando habló conmigo la última vez. Parecía un zombie. Su pelo estaba tieso y tenía unas ojeras casi azules. Yo sabía que esa sería la última vez que lo vería y le acaricié el pelo. Yo lo quería un poco. Le toqué los mechones de alrededor de la cara y le pedí que se cuidara. Él intento figurar una sonrisa en su rostro desaliñado pero poco le resultó. Cuando ya se había ido a Europa me contaron que se había ido a despedir de Laura, que le había dicho que la amaba y que ella le había respondido que eso le importaba una mierda. Me dijeron que él le había dado una bofetada en la mejilla y que ella le había propinado un buen número de patadas y le había gritado que se fuera de su casa, que no quería volver a verlo nunca más. Todos sabíamos que él no la había podido olvidar nunca. Todos sabíamos que Laura lo veía como con desprecio, que despreciaba a todos esos poetas de mala muerte que se lo pasaban tomando y escribiendo incoherencias. Yo que Laura le plantaba un buen beso de despedida y me lo llevaba a la cama por última vez. Como por los buenos tiempos, si es que los hubo. Pero su cara de muerto no era por eso. Su cara era por otra cosa, pero nadie lo sabía muy bien, aunque supongo que era por todos esos días tomando en los bares sin descanso, por todos esos poemas que nunca se iban a publicar, que no se iba a llevar con él. Le dije que se cuidara, porque no se me ocurrió qué más decirle. Me hubiese gustado ser Laura e irme con él, pero no me atreví a decírselo. Así que le di un beso en la mejilla y se fue. Lo espié mientras se iba, caminaba lento, como ausente, el pelo hasta los hombros parecía pesarle. Intenté saber de él con el tiempo, de su paradero en Europa, si le iba bien, o tenía qué comer al menos. Pero nunca tuve noticias de él.

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