16 de noviembre de 2009

Battlestar Galactica

Desperté y mi pieza estaba clara. No había ruidos en el ambiente porque es domingo y me senté en el borde de la cama con el pelo revuelto y sin ganas de ponerme de pie. Una de esas mañanas en que sientes que nada vale la pena, que desearías quedarte escondida debajo de las sábanas y pasar así una vida entera. Ya nada tenía sentido, Battlestar Galactica, había terminado para mí. Y es que estos últimos tres meses me había sumergido en esa serie imposibilitándome ver cualquier otra cosa, cualquier película o cualquier otra serie, porque simplemente me envicié. Porque cada vez que llegaba cansada del trabajo me encerraba en mi pieza y pensaba en cuál sería el mejor premio que podía darme por haber cumplido un día de obligaciones, y por supuesto, Battlestar Galactica siempre fue la recompensa, siempre fue la golosina envidiable que quería abrazar cada noche al llegar a casa.

Y anoche, tras haber pasado 2 semanas sin verla por la absurda razón de no querer ver el final para que nunca se acabara, me instalé en mi pieza, con mi hermano y un par de golosinas, y enfrenté mi innegable destino. Tenía que ver el final, tenía que ver si la última flota de seres humanos del universo llegaba finalmente a cumplir el plan de Dios. Mierda, si existe un final bueno en este mundo para una serie, es el final de Battlestar Galactica. Y creo, que de todas las series que he visto, ésta, es innegablemente la mejor -que me perdonen Sex and the City y Lost, pero no puedo evitarlo-, nunca me encariñé antes tanto con los personajes, y con tantos personajes, nunca amé tanto a otro como a Starbuck, la chica ruda y alcohólica llena mañas y de problemas existenciales que se comía a los más ricos de los últimos hombres en el universo mientras hacía lo que quería porque era la mejor, y yo, de todos los personajes favoritos de mi vida, desearía indiscutiblemente ser como ella.

Es que aún no supero las escenas finales, la explicación final de todo, cuando te das cuenta que todos somos hijos de cylons y que nuestros antepasados vinieron del espacio, descendientes de las 12 colonias en el cielo. Fue demasiado para mí. Ya me habían advertido que el final era un shock emocional insuperable, y a pesar de que ya tenía la sospecha de todo esto, me impactó igual.

No, definitivamente mi vida ya no tiene sentido. El mismo sentimiento de cuando terminé los libros del Señor de los anillos, después de ver a Radiohead en vivo y ahora, después de ver el último capítulo de Battlestar Galactica. Como que el trauma post final me dura un par de días e imagino que nada podrá reemplazar esos placeres. Ni siquiera Lost, que ya no la extraño ni alucino tanto con ver la última temporada en un par de meses más. No, Galactica se lo ha llevado todo.

11 de septiembre de 2009

11 de Septiembre


En primero básico, los niños hablábamos de política. Conversábamos de nuestros precarios puntos de vista y decidíamos qué bando ganaría, el Sí o el No. Por supuesto, cada uno decía lo que escuchaba en casa, pero discutíamos igual. La gente suele creer que los niños viven en una burbuja, pero no es tan así. Decíamos que Pinocho era malo, que faltaba democracia. Quizás ninguno de nosotros sabía qué significaban esa palabra pero la mencionábamos igual. Era lo que estaba de moda quizás. Nos divertía el apodo Pinocho porque imaginábamos a nuestro presidente –en el colegio no se enseñaba la palabra dictador- con una larga nariz de mentiroso. Estaba prohibido decirle así en el colegio y nos ruborizábamos cuando la oíamos. El colegio quedaba en el límite de la población Manuel Rodriguez, junto a un peladero polvoriento donde todos los 11 de septiembre pasaba de peladero a campo de batalla. Salíamos más temprano ese día y nuestras madres nos echaba a dormir temprano, pero era imposible dormir cuando afuera sonaban todo tipo de explosiones, piedrazos, balazos y gritos, en medio de un silencio espectral. Era emocionante, era como estar en una película de guerra.

Recuerdo especialmente una noche de 11 de septiembre en que nos atrasamos y llegamos tarde a la casa, pasamos por la Manuel Rodriguez y las calles estaban completamente oscuras, vacías y llenas de velas. Llenas, como un camino demarcado por lucecillas amarillas ubicadas exactamente a la misma distancia unas de otras. Creo que nunca me he maravillado tanto por algo tan macabro. Le pregunté a mi mamá por qué habían hecho eso tan bonito y me dijo que ponían velas porque se cortaba la luz y así podrían ver la calle mejor. Yo le creí, y pensé que el 11 de septiembre era lo mejor. Casi como la navidad, cuando cenábamos con la luz del árbol de pascua. Es increíble imaginar que uno nació en una dictadura, que mataban gente mientras en el colegio te enseñaban a marchar y a cantar las canciones de las glorias navales y uno creía que eso era de lo más normal. Imaginar que crecí en un barrio donde detuvieron a varios que jamás volvieron, que muchas paredes conservaban hoyos de bala y mi mamá me decía que era para mirar para afuera cuando años más tarde me confesó que embarazada de mi hermana mayor tuvo que tirarse al suelo por una balacera que presenció después del toque de queda. Es increíble pensar en todo eso y darte cuenta que tu infancia estuvo tan llena de barbaridades y sin embargo poco cuenta te diste de lo que tus padres vivían a diario y ocultaban mientras uno jugaba a la dictadura con sus juguetes de plástico. Y fue increíble para mí sobretodo haber constatado después de años, que a mi hermano menor jamás le enseñaron a marchar en el colegio ni le hicieron hacer dibujos de carabineros héroes o de valientes militares salvando al país. Fue simplemente que yo tuve la mala suerte de crecer en una dictadura, pero a pesar de todo igual recuerdo con gracia las mañanas del día 12 volviendo a un colegio sin vidrios en las ventanas, mientras afuera aún humeaban los neumáticos en las esquinas. El 11 de septiembre era sin duda uno de los eventos que había que esperar.

6 de septiembre de 2009

Do you know what it feels like for a girl??




Si hay alguien que puede graficar literalmente cómo me siento ahora, es Madonna. Y es que es el destino, o esa clase de clarividencia deslumbrante de alguna amiga tuya que sube el video más feminista que pudo encontrar a Facebook, What it feels like for a girl justo en el momento en que estás llena de odio y desdicha porque alguien -hombre- te mintió y te hizo creer que lo conocías cuando no era así y entonces aparece Madonna haciendo todo lo que te gustaría hacer, todo lo que tienes aguantándote dentro porque eres demasiado buena como para atreverte. Sí, a quién no le gustaría matar a un par de hombres atropellándolos mientras comes papas fritas y aprietas el acelerador de tu Camaro con tus increíbles tacos aguja de charol negro? Lo siento pero si hay algo que deseo en esta vida ahora, después de todo lo que he aprendido estos días, después de todo lo que descubrí y todo lo que cambié y todo lo que sentí cuando vi que fui la más estúpida del planeta por tanto tiempo y que no merezco nada de lo que recibí, es eso, es ser Madonna en ese video y arrollarlos a todos.

Y es el momento en el que te preguntas si haber sido buena todo el tiempo te sirvió de algo, si no debiste hace tiempo haberte convertido en una perra sin escrúpulos. Sin misericordia ni atisbo de ternura frente al despreciable género masculino. Y lo que es peor, si lograrás no serlo después de todo lo que has aprendido. No lo sé. Pero yo ya tengo los tacos aguja de charol negro, las ganas y la decisión tomada, sólo me falta el Camaro y un poco –sólo un poco- de coraje.

Do you know what it feels like for a girl??

14 de julio de 2009

Demasiado tarde


Es el momento de los reproches, del autocastigo psicológico y la culpabilidad. Toda mi vida universitaria he lidiado con este mismo trío indomable que me asecha periódicamente durante cada año que paso estudiando esta carrera que tuve que elegir cuando era muy pendeja como para darme cuenta de lo que era bueno y lo que no. Y cada vez que vuelve, cada vez que me reprocho mis propias decisiones y me culpo por ellas tengo la convicción cada vez más clara de que me equivoqué, de que yo no tenía que haber elegido Agronomía como el camino de mi vida. Dicen que nunca es tarde, pero es mentira. Tengo 28 años y definitivamente, es muy tarde para arrepentirse.


Y me culpo porque odio esto, porque sencillamente no me interesa lo que leo, lo que aprendo, no me interesa saber si la fecha de cosecha influye en la calidad del vino, es que no puedo interesarme de corazón por ello, no amo la Enología como debería amarla a estas alturas ni menos la Agronomía, no siento pasión por ello, en lo absoluto, y luego vienen esas preguntas feroces y descarnadas, las que te mandan al mismo agujero del arrepentimiento, ¿Y qué hubiese pasado si hubiese estudiado literatura?. No ha habido día en el que no me lo haya preguntado desde que decidí escribir “Agronomía” en mi cartola de postulación. Y a esa edad estúpida en la que uno no sabe nada, hay que decidir el futuro de toda una vida y mi orgullo adolescente me hizo optar por una ingeniería, para no volver a sentirme tonta nunca más delante de mis padres que siempre me creyeron la oveja negra, y eso es todo. No más razones. Y hoy, cuando terminé los ramos, hice la práctica, me metí a un magíster, escribo el proyecto de tesis y estoy involucrada hasta los dientes en esto, sigo haciéndome esa misma maldita pregunta que me duele. Que inevitablemente me pone triste. ¿Qué hubiese pasado si hubiese estudiado literatura?, ¿hubiese sido más fácil salir de la cama en las mañanas?, si sientes pasión por lo que haces, ¿logras levantarte feliz de tu cama sabiendo que te esperan cosas buenas en el día? Siempre me hago esa pregunta y siempre pienso, cómo cresta se debe sentir tener ánimo en la mañana, cómo debe ser querer salir de tu cama porque amas el camino que elegiste tomar…


La Enología no es tan mala tampoco. Lo sé. A veces es linda, es amplia y profunda, pero con ella sufro constantes crisis vocacionales igual. Pienso en todos los cuentos –la mayoría malos- que he escrito, en las cincuenta mil páginas que he escrito en mi bitácora durante estos últimos diez años y en otras tantas en mis antiguos diarios de vida infantiles, en las novelas de amor de mi adolescencia, en los cuentos de osos y conejos que escribí en mi infancia, en todas las veces que he concursado en “Santiago en cien palabras” sin éxito y en todas las idioteces que he escrito en este blog que amo tanto, y pienso que debí haber tomado el otro camino. Que si me apasiona más investigar sobre la vida de Albert Camus, que leer un paper de compuestos fenólicos es porque estoy mal enfocada. Estoy perdida y me arrepiento. Y es en estos momentos cuando siento toda la frustración sobre mis hombros, entre el letargo y el desánimo. Es ahora cuando veo mi vida hacia atrás y me doy cuenta que no quiero hacer esto por el resto de mi vida, me revuelco en mi propia insatisfacción preguntándome ¿por qué mierda no estudié literatura? ¿Por qué mierda preferí la estabilidad económica de la ingeniería que finalmente es tan utópica como la estabilidad económica de un licenciado en literatura? ¿Por qué uno debe tomar la decisión más grande de la vida cuando se es un adolescente que no mide ninguna consecuencia?. La vida es una seguidilla de injusticias reprochables que no terminas de aceptar. Sé que algún día llegaré a pensar que hice lo correcto –o más bien quiero creer eso-, pero mientras tanto sigo culpándome involuntariamente por todo lo que siento y lo que no logro sentir. Sigo lidiando con las preguntas, y los fantasmas, con la frustración y las pocas ganas con las que despierto cada mañana. Porque no hay más, porque ya es demasiado tarde para arrepentimientos…

16 de junio de 2009

Let the right one in


Es que no me pueden hacer ver esta película sola para luego no tener con quién comentarla y guardarme todo el sufrimiento que se me vino encima de un momento a otro y tener que quedarme callada, así, tragándome en silencio todo lo terrible que significó ese final de mierda que –aunque bueno hasta lo insuperable- simple y llanamente, me mató. Y no en el buen sentido, me mató de verdad. Como si me lo hubiesen hecho a mí. Como si abrieran una herida gigante y me dejaran desangrando ahí mismo, en la nieve, con el fondo blanco y el cielo negro. Me mataron.


Pero en fin, la película es buenísima. Lo mejor que he visto este último tiempo –uno siempre dice eso aunque ni siquiera dimensione cuál es ese “último tiempo”-. Primero uno cree que es algo así como una historia de amor, entre humanos y vampiros –sí, como esa mierda de “Crepúsculo” pero infinitamente menos mamona- donde Oskar, el niño con la cara más tierna sobre la faz de la tierra, conoce a una chica, Eli, en el patio de los departamentos en donde vive. Primero te deprime esa atmósfera fría y minimalista de cielo negro, nieve y paredes de ladrillo como único escenario –un escenario maravilloso y absolutamente perfecto- donde Oskar suele pasar el tiempo para no estar en su casa, para no tener que ver tele con su mamá, para descargar la rabia que siente por estar solo, por tener enemigos en la escuela que lo atormentan, y entonces conoce a esta chica, que se viste horrible, pero a él le gusta, y entonces empiezan una amistad tan tierna que sientes ganas de ser niño otra vez y estar ahí, una noche acostados en la cama sin saber qué hacer, sin hacer nada en realidad, pasando esas tardes negras con alguien que se siente tan solo como tú. Y hasta ahí llega mi percepción romántica, quizás soy pesimista por naturaleza o simplemente la vida me ha demostrado que el amor es bastante esquivo en la vida real, pero la cosa es que todo lo tierno que tiene esta película al final es lo que más te mata la fe en el amor. Si quedé esperanzada creyendo en el amor después de Slumdog Millionaire, ahora mis creencias están preocupantemente debilitadas.


Es que al final, recién en la escena final, puedes darle una explicación coherente al enigma de quién era ese asesino que iba matando gente por la vida, y es que si lo encontraste repugnante, si pensaste que era un viejo asqueroso que bordeaba en lo pederastas, te das cuenta de que siempre estuviste equivocada(o), que su alma era dulce y su amor añejo e inconmensurable y entonces te das cuenta que su historia era horrible y que no merecía nada de lo que le pasó, como no lo merecería Oskar!...


Definitivamente, me dejó mal. Es que hay personajes con los que uno se encariña y no quieres que terminen mal, y Oskar es decididamente uno de esos personajes que desearías proteger. Pero la vida es injusta, el amor es una mierda y sólo cuando aparecen los créditos notas todo esto, aunque no sé si todos interpretaron lo mismo que yo en esa inocentona escena en el tren, o sólo me imaginé cuál era el futuro de Oskar porque soy una pesimista crónica. No sé. Amo esos finales en los que deseas golpearte la cabeza contra la pared, que te dejen una marca y no puedas dejar de pensar en ella en los siguientes tres días, pero de que igual te mata, te mata. Y es terrible.

28 de mayo de 2009

Nothing can go wrong




Avanzábamos a unos 100 km/h por la carretera hacia el sur, alejándonos de Santiago. Era un bus de dos pisos e íbamos en los primeros asientos del segundo piso mirando la carretera abriéndose justo frente a nosotros, viendo la oscuridad huyendo de los focos del bus mientras hablábamos de nuestras vidas. Creo que fue la única vez que fue sincero. Llevábamos los pies entrelazados junto a la ventana. Yo miraba la carretera y las líneas blancas que iban metiéndose traviesas bajo el bus. Era tarde y los demás pasajeros dormían. Él se acomodó en su asiento y se puso los audífonos, dijo que dormiría un poco. Yo hice lo mismo, corrí las cortinas de la ventana y miré el paisaje negro pasar a 100 km/h a través del vidrio. Puse Hold Thight London de Chemical Brothers en el pendrive y el efecto anestesiante me recorrió en seguida los nervios del cuerpo mientras la femenina voz quieta y lejana decía Don’t worry, nothing can go wrong y yo recordaba todo lo que había pasado en Santiago antes de viajar, todo lo malo que suele suceder antes de algo bueno y pensaba en cuánto merecía esto, miraba la carretera y los focos de los autos y una sensación increíble de felicidad se apoderó de mí, vibrante y casi explosiva, “nada puede salir mal” decía la canción y yo sonreía en silencio apoyando la frente en el vidrio helado de la ventana del bus, era como salir corriendo de un edificio en llamas –nunca he escapado de un edificio en llamas pero supongo que debe sentirse así- y lo miré, tenía los ojos cerrados y los audífonos metidos en las orejas, su cabeza estaba ladeada a la izquierda levemente y tenía una expresión de satisfacción. Sí, él también merecía ese viaje supongo. Me acomodé en el asiento, estaba dispuesta a besarlo. Quizás estaba durmiendo pero lo más probable era que no. Me acerqué lo suficiente como para sentir el olor de su piel. El olor del jabón que compraba su madre mezclado con ese olor suyo que no puedo explicar. El olor que me volvía loca. Me quedé allí un par de segundos mirando las líneas de su piel junto a la boca, pero tuve miedo y retrocedí. Toqué suavemente sus manos pero no respondió. Estaba dormido supongo, o fingía estarlo. Volví a mi asiento y seguí mirando la carretera mostrándose sutilmente en la oscuridad mientras se acababa la canción y yo me acomodaba tímidamente sobre su hombro derecho. Seguíamos siendo sólo amigos, pero no importaba, era feliz, nothing can go wrong…

18 de mayo de 2009

Todo pasa por algo



Una de mis amigas de universidad siempre me decía la misma frase: “las cosas pasan por algo” y yo siempre le decía que no necesariamente, que muchas veces las cosas pasaban y no era precisamente por algo. Pero a estas alturas del partido le estoy empezando a creer un poco. Quizás siempre tuvo razón la Kelly, sólo que recién ahora me doy cuenta.

Hoy conversé con una chica en el café. Es mi compañera de trabajo, garzoneamos juntas, nos repartimos las propinas y luego nos vamos juntas al parque a mirar ropa usada. Ella es de esas personas calladas y quietas que te dan esa sensación de tranquilidad absoluta. Tiene la voz insoportablemente tierna y todos la quieren más que nada, por amorosa. Yo también la quise. Y ella me quiso a mí también, porque cuando le dije que acababa de terminar una relación dolorosa me llenó de preguntas y como ya soy vieja en estas cosas y tengo algo de experiencia, a la tercera pregunta me di cuenta que mi historia la identificaba.

Entonces me contó que hacía un año y medio mantenía una relación con un hombre y que éste nunca la había presentado en público. Me acordé del libro “Sex and the city” -todas deberían leer ese libro- donde se habla de los hombres que mantienen novias ocultas y comprobé, con total seguridad, que ese tipo de hombres existen, son los hombres ocultadores-de-relaciones, hombres que mantienen una pareja totalmente aparte de su círculo social y no le presentan jamás a los amigos, compañeros ni mucho menos a los padres. Son hombres que llevan una doble vida y se excusan en mil razones poco válidas para ocultarle al mundo que están comprometidos. No son invención mía ni de un libro que en Buenos Aires la gente respeta más que a la Biblia. Existen, y yo estuve con uno de ellos. Me dijo esta chica que una vez le encontró a su novio un mensaje raro en su celular. Él se había excusado con que era una prima –una peculiar prima que lo trataba de "mi amor"-, y ella, de puro enamorada, quiso creerle. Pero cuando me escuchó hablando, contándole que hace poco terminé una relación con un hombre que nunca me presentó a nadie, al que finalmente desenmascaré siguiendo mi increíblemente sabio sexto sentido, se dio cuenta que algo andaba mal en su relación. Ella, tan tierna y llena de bondad había aguantado silenciosamente y sin chistar durante año y medio que el hijo de puta de su novio no le presentara a nadie y eso sencillamente me llenó de rabia. Sí, me vi absolutamente reflejada en ella, yo también aguanté, pero no muy silenciosamente sino que más bien reclamé, rabié, pataleé, trampeé, indagué y aceché hasta que finalmente descubrí la verdad.

Quizás es malo ser desconfiada e incrédula de los hombres, pero en verdad creo que esa pobre niña necesitaba un consejo mío. No pudo encontrar a nadie más indicado en el mundo para hablar del asunto. Si hay alguien que sabe de hombres mentirosos-ocultadores-de-relaciones, soy yo. Así que le dije que simplemente lo pusiera entre la espada y la pared. Si te quiere, va a tener que ceder y gritar a los 4 vientos que eres su pareja o sino, es porque simplemente oculta algo muy grande y tú tienes derecho a saberlo. Sonó su celular y era su novio. La oí hablando amorosamente mientras caminamos un buen rato. Cuando cortó dijo Carola, me hiciste dudar, voy a tener que aplicar presión. Lo siento pero no pude evitar sentirme decididamente orgullosa. Quizás sea la culpable de destruir una relación, pero me quedaré con la satisfacción de que iluminé el camino de una mujer inocente y dificulté el de un maldito mentiroso. Si Amelié Poulain luchó por convertirse en la vengadora del bien entonces yo también puedo hacer lo mismo.

Nos despedimos acordando juntarnos el próximo fin de semana para hablar y tomarnos un café. El plan lo pondría en marcha de inmediato y esta semana el susodicho sería puesto en serios aprietos. Cuando nos separamos bajé las escaleras del metro sintiéndome extrañamente contenta. La idea de desenmascarar a un maldito ocultador-de-relaciones me llenó de satisfacción. Si efectivamente él es un maricón, ella va a sufrir, va a maldecir y a llorar tal vez igual como lo hice yo, pero finalmente es lo mejor, porque nadie merece que le mientan, porque creo inconcebible que existan inescrupulosos que se aprovechen del amor de sus parejas para jugar con ellas. No es justo que te aparten de sus vidas, que te muestren su mundo a medias cuando tú les has amado de verdad. Finalmente siempre va a llegar el momento en el que una se da cuenta que no merece eso. Que el amor no es así!. Y si ese momento tarda entonces siempre habrá una Amelié Poulain de las relaciones dispuesta a ofrecerte una mano.

Por eso me acordé de la Kelly y sus sabias palabras. Las cosas siempre pasan por algo. Quizás la vida me permitió conocer y enamorarme de un mentiroso-ocultador-de-relaciones para aprender de ellos y no volver a caer en lo mismo, para ayudar a que otras mujeres que estén pasando por lo mismo se den cuenta de las mierdas de hombres que posiblemente tengan a su lado y no sufran lo mismo que sufrí yo. Quien sabe, la vida es sabia y todo puede pasar por algo…

13 de mayo de 2009

Un clavo...


Hoy caminé por todo Santiago buscando desesperadamente lo único que podía llenar todos los vacíos de mi corazón: un par de botines grises ochentenos. Sola, por las calles de Santiago con mi abrigo negro y mis botas para la lluvia, tuve la revelación: debía obtenerlos esa misma tarde o morir en el intento. Cuando te sientes incómoda con la cotidianidad de tus días la mejor solución es el consumismo. Es regalonearse un poco antes de la lluvia, antes del apático invierno y de todos esos días oscuros en los que todas las horas son iguales.

Mientras caminaba bajo la lluvia escuchando Radiodept –insisto, es el soundtrack perfecto para el invierno- con las manos en los bolsillos, viendo todo tipo de calzados horribles, me iba enamorando mentalmente y cada vez más de los que ya había visto el día anterior. Una vil obsesión –super raro en mí- que se me iba colando en todos los pensamientos, en cada canción, en cada gota que iba cayendo con timidez sobre mi abrigo.

Entonces caminé placenteramente rumbo a mis amados botines, teniendo uno de esos momentos en los que se te llena la cabeza de pensamientos agradables, tranquilos y hasta podría decir “agradecidos” –el efecto Radiodept- mientras decidía que esa pena esquiva en mi consciente la iba a ahogar con todo tipo de compras que me harían feliz, aunque fuera por un día. Un pensamiento muy profundo claro, digno de un budista tibetano.

Así que finalmente me los compré. Me los puse al llegar a la casa y no los volví a soltar. No sé si estoy enamorada, pero es como esa etapa previa de conocerse y complementarse lentamente. Son como un clavo sacando a otro. Dicen que un clavo saca a otro clavo, y la verdad es que si no lo saca por lo menos lo afloja un poco.




27 de abril de 2009

Aún allí...



A un mes de haber visto a Radiohead en vivo –y dos veces-, me siento del todo incapaz de olvidarlo, superarlo, y seguir con mi vida como lo era antes del concierto. Imposible. Y es una suerte cuando la mayoría de los pilares de tu vida se van deshaciendo y no te quedan más que los recuerdos y la imaginación para hacer de tu vida diaria algo más tolerable. Y te encuentras de pronto, viajando en metro por Santiago, con los audífonos metidos en las orejas escuchando Radiohead y evocando todos esos pequeños detalles que hacen que uno se sienta allí otra vez, gritando y saltando mientras luchas por mantenerte de pie cuando un mar de gente igual de emocionada que tú, intenta lo mismo. Y es increíble entonces escuchar 15 Step en el metro y acordarme de cuando hablábamos con el Felipe para matar el tiempo antes del concierto y me contaba de un tipo que se comía los mocos mientras estábamos parados en medio de la multitud esperando el show y entonces se apagan las luces y tú ya sabes que va a empezar y los nervios y la emoción empiezan a apoderarse de ti y de todos antes de que aparezca la banda a tomar sus posiciones y empezar con 15 Step y todo se revuelve y Felipe se desaparece entre la gente y yo siento cómo me voy en las mareas de gente de un lado a otro y a veces no toco el suelo y a veces siento cómo mis zapatillas se rompen y me tiran el pelo y Thom empieza a cantar How come I end up where I started? how come I end up where I went wrong? Y todos gritan muertos de histeria y piensas mierda no puede ser! No puedo estar escuchando Radiohead en vivo! Y quieres morir de placer pero también quieres vivir para contarlo y sientes ganas de llorar y te emocionas tanto que te duele el esófago y piensas que si en ese momento te cayera un rayo del cielo ni siquiera lo sentirías. Y cuando se acaba 15 step y piensas que lo peor ya pasó suenan las guitarras potentes de Airbag y sabes que no mereces tanto, que es demasiado para un sólo día y entonces te vas, se te nublan los pensamientos y tienes un orgasmo tan terriblemente despiadado y eficaz que te desvaneces con cada sonido, con cada detalle, gritando “I am back to save the universe!!!!!” mientras te partes la garganta a gritos y sabes, tienes la total y absoluta certeza, de que estás en el paraíso. No hay dudas. Radiohead es el sinónimo exacto de la vida eterna en la tierra. Y no puedes simular la sonrisa que te cruza la cara cuando vas en el metro y sientes todo eso con sólo concentrarte dos segundos y volver allí, a la bendita pista atlética un 26 y 27 de marzo, te ríes y los ojos se te nublan de nuevo y el hombre que va a tu lado te mira discreto e intrigado y en el pendrive aparece Weird Fishes y ves Santiago pasando como un videoclip imaginario frente a tus ojos y cómo los postes de la luz pasan al son de la guitarra y notas, como una revelación divina frente a tus ojos, que eres feliz. Que después de haber estado dos días viendo a Radiohead, cantando sus canciones y bailando con Thom Yorke hace un mes atrás, no puedes no serlo, aunque todo sea malo en tu vida, viste a Radiohead, no puedes no ser feliz después de eso.

27 de marzo de 2009

Radiohead en Chile


CONCHETUMAAAADREEEEEEEEEEEEE!!!!!!


Definitivamente esa es la única palabra que puede expresar todo lo que sentí en esos momentos, y lo que sigo sintiendo aún, mientras me duele cada centímetro de mi pobre cuerpo, después de tantos saltos y gritos y pisadas y empujones y todo lo que conlleva juntar a tanto fanático de Radiohead que ha pasado la vida entera esperando ese momento. Radiohead en Chile.


Y no encuentro un mejor sinónimo, porque es la palabra más pronunciada por el público cada vez que empezaba un nuevo tema. Ocurrió primero con Airbag, luego con There There, Idioteque, Reckoner, y con tantas más que se me escapan ahora, y cómo olvidar el momento Paranoid Android, cuando todos cantábamos muriendo de emoción y placer –mierda, fue el mejor orgasmo de mi vida- mientras Thom demostraba un histrionismo delicioso en el escenario y yo pensaba Dios mío ¿esto es real?.


Y mañana los veré de nuevo, porque soy una histérica compulsiva que no pudo resistir la idea de estar en casa sabiendo que Radiohead estaba tocando a media hora de mi casa –aunque tuviera mi entrada para el 27 comprada hace meses- Así que aún no puedo decir que puedo morir en paz, lo diré mañana, cuando haya cantado Paranoid Android por segunda vez!!











17 de marzo de 2009

17 de marzo



Cuando era chica, nos juntábamos este día con mi mejor amiga y tocaya y pasábamos la tarde escuchando los Pumpkins casi como un ritual religioso. Si la escuálida mesada del fin de semana había sido generosa entonces comprábamos una cerveza de litro y nos instalábamos en el patio de atrás de su casa, debajo del árbol, sentadas en el polvo junto a las garrapatas de su perro. Hacíamos un brindis por el cumpleaños de Billy Corgan y luego hablábamos del futuro, de las canciones, del colegio, de la infancia, de amor y otros temas a los que recurríamos cuando nos sentíamos en confianza. Imaginábamos cómo sería nuestra vida a los 20, a los 25, a los 27 años. Seguro estaríamos casadas a lo 27 años, viviendo en una casa llena de ventanas con un marido que seguramente era uno de los chicos que nos gustaban entonces -aunque notábamos que esa posibilidad era bastante improbable- con un perro labrador, una carrera quizás y una vida exitosa y llena de seguridad. Tendríamos la vida resuelta a los 27 años lo más probable. ¿Seríamos amigas? Por supuesto que sí, una amistad de toda una vida –una larga vida de 15 años- no se termina tan fácilmente. Nos invitaríamos a nuestros respectivos casorios, seríamos cada una la madrina de la otra y pondríamos temas de los Pumpkins en la boda, todo estaba arreglado, debajo de ese árbol todo parecía tan tangible, un futuro grandioso y una vida entera para seguir siendo amigas, para seguir escuchando Smashing Pumpkins…

No sé cuántas veces nos juntamos un 17 de marzo a brindar a salud de Corgan y su cumpleaños. No fueron muchos, pero cada 17 de marzo siento el irremediable deseo de volver a esa edad y escuchar a los Pumpkins con la misma compañía, las mismas conversaciones, la misma cerveza y el mismo futuro irreal que inventábamos ilusamente a los 15 años.

23 de enero de 2009

Slumdog Millionaire


Jamal Malik está a sólo una pregunta de ganar 20 millones de rupias. ¿Cómo lo hizo?

  1. hizo trampa
  2. Tuvo suerte
  3. Es un genio
  4. Está escrito


Cuando vi esta película, mi casa estaba llena de adolescentes entusiastas de la cerveza y el pisco –más bien todo lo que embriague- y el ruido comenzaba a ser cada vez más fuerte. Yo, como una vil abuela despojada de su juventud, me encerré en la pieza mientras mi hermano menor hacía el carrete más grande de su vida. Encerrada en la pieza un sábado en la noche, no tuve muchas opciones, y ver una película era lo único digno que podía hacer. Elegí Slumdog Millionaire porque tenía ganas de verla, porque era mi resiente adquisición y porque uno finalmente sabe que Danny Boyle nunca va a decepcionar a nadie. La película me impactó. Me llevó por todos los estados de ánimo existentes en el ser humano y finalmente terminé viendo los créditos riéndome por lo feliz que fui viéndola y por lo estúpida que me sentía al seguir llorando después de que se había acabado. Creo que si no es mi película favorita ahora, es sin duda una de ellas.

Puedo decir que la puesta en escena es maravillosa, que la narración es por completo abrasadora y que la fotografía es perfectamente bella –demás está decir que la banda sonora es preciosa y digna de ser llevada en el pendrive todos los días-, y todo sería cierto, pero lo que me enamoró por completo fue la historia, y más aún, el desenlace. Sé que éste puede ser tildado de cliché y de predecible, pero en ningún caso tales acusaciones son dignas de algún valor, o al menos para mí, que necesitaba -y por Dios que lo necesitaba- un final así.

Y tengo que decir que la escena final me mató. Jamal corriendo entre los trenes mientras las escenas de su vida pasan rápidamente en flashbacks para llegar al único beso que tiene la película que se plasma en la pantalla mientras te revelan la respuesta a la pregunta que sin haberle prestado mayor atención, habían hecho al inicio de la película. Necesito confesar que cuando salió la opción D, exploté en llanto y en risas y me quedé frente a la pantalla con una sonrisa que debo haber llevado horas. Nunca un final, me había hecho tan feliz.

Aunque todo sea irreal, aunque no existan hombres tan buenos, ni tanta suerte o tanta perseverancia, esta vez fui feliz y terminé, a duras penas y una vez más, creyendo en el amor. La esperanza es lo último que se pierde dicen, yo la pierdo muy fácilmente, pero existen películas como ésta, que irremediablemente te ayudan a recuperarla...