13 de mayo de 2009

Un clavo...


Hoy caminé por todo Santiago buscando desesperadamente lo único que podía llenar todos los vacíos de mi corazón: un par de botines grises ochentenos. Sola, por las calles de Santiago con mi abrigo negro y mis botas para la lluvia, tuve la revelación: debía obtenerlos esa misma tarde o morir en el intento. Cuando te sientes incómoda con la cotidianidad de tus días la mejor solución es el consumismo. Es regalonearse un poco antes de la lluvia, antes del apático invierno y de todos esos días oscuros en los que todas las horas son iguales.

Mientras caminaba bajo la lluvia escuchando Radiodept –insisto, es el soundtrack perfecto para el invierno- con las manos en los bolsillos, viendo todo tipo de calzados horribles, me iba enamorando mentalmente y cada vez más de los que ya había visto el día anterior. Una vil obsesión –super raro en mí- que se me iba colando en todos los pensamientos, en cada canción, en cada gota que iba cayendo con timidez sobre mi abrigo.

Entonces caminé placenteramente rumbo a mis amados botines, teniendo uno de esos momentos en los que se te llena la cabeza de pensamientos agradables, tranquilos y hasta podría decir “agradecidos” –el efecto Radiodept- mientras decidía que esa pena esquiva en mi consciente la iba a ahogar con todo tipo de compras que me harían feliz, aunque fuera por un día. Un pensamiento muy profundo claro, digno de un budista tibetano.

Así que finalmente me los compré. Me los puse al llegar a la casa y no los volví a soltar. No sé si estoy enamorada, pero es como esa etapa previa de conocerse y complementarse lentamente. Son como un clavo sacando a otro. Dicen que un clavo saca a otro clavo, y la verdad es que si no lo saca por lo menos lo afloja un poco.




No hay comentarios.: