11 de septiembre de 2009

11 de Septiembre


En primero básico, los niños hablábamos de política. Conversábamos de nuestros precarios puntos de vista y decidíamos qué bando ganaría, el Sí o el No. Por supuesto, cada uno decía lo que escuchaba en casa, pero discutíamos igual. La gente suele creer que los niños viven en una burbuja, pero no es tan así. Decíamos que Pinocho era malo, que faltaba democracia. Quizás ninguno de nosotros sabía qué significaban esa palabra pero la mencionábamos igual. Era lo que estaba de moda quizás. Nos divertía el apodo Pinocho porque imaginábamos a nuestro presidente –en el colegio no se enseñaba la palabra dictador- con una larga nariz de mentiroso. Estaba prohibido decirle así en el colegio y nos ruborizábamos cuando la oíamos. El colegio quedaba en el límite de la población Manuel Rodriguez, junto a un peladero polvoriento donde todos los 11 de septiembre pasaba de peladero a campo de batalla. Salíamos más temprano ese día y nuestras madres nos echaba a dormir temprano, pero era imposible dormir cuando afuera sonaban todo tipo de explosiones, piedrazos, balazos y gritos, en medio de un silencio espectral. Era emocionante, era como estar en una película de guerra.

Recuerdo especialmente una noche de 11 de septiembre en que nos atrasamos y llegamos tarde a la casa, pasamos por la Manuel Rodriguez y las calles estaban completamente oscuras, vacías y llenas de velas. Llenas, como un camino demarcado por lucecillas amarillas ubicadas exactamente a la misma distancia unas de otras. Creo que nunca me he maravillado tanto por algo tan macabro. Le pregunté a mi mamá por qué habían hecho eso tan bonito y me dijo que ponían velas porque se cortaba la luz y así podrían ver la calle mejor. Yo le creí, y pensé que el 11 de septiembre era lo mejor. Casi como la navidad, cuando cenábamos con la luz del árbol de pascua. Es increíble imaginar que uno nació en una dictadura, que mataban gente mientras en el colegio te enseñaban a marchar y a cantar las canciones de las glorias navales y uno creía que eso era de lo más normal. Imaginar que crecí en un barrio donde detuvieron a varios que jamás volvieron, que muchas paredes conservaban hoyos de bala y mi mamá me decía que era para mirar para afuera cuando años más tarde me confesó que embarazada de mi hermana mayor tuvo que tirarse al suelo por una balacera que presenció después del toque de queda. Es increíble pensar en todo eso y darte cuenta que tu infancia estuvo tan llena de barbaridades y sin embargo poco cuenta te diste de lo que tus padres vivían a diario y ocultaban mientras uno jugaba a la dictadura con sus juguetes de plástico. Y fue increíble para mí sobretodo haber constatado después de años, que a mi hermano menor jamás le enseñaron a marchar en el colegio ni le hicieron hacer dibujos de carabineros héroes o de valientes militares salvando al país. Fue simplemente que yo tuve la mala suerte de crecer en una dictadura, pero a pesar de todo igual recuerdo con gracia las mañanas del día 12 volviendo a un colegio sin vidrios en las ventanas, mientras afuera aún humeaban los neumáticos en las esquinas. El 11 de septiembre era sin duda uno de los eventos que había que esperar.

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