17 de marzo de 2009

17 de marzo



Cuando era chica, nos juntábamos este día con mi mejor amiga y tocaya y pasábamos la tarde escuchando los Pumpkins casi como un ritual religioso. Si la escuálida mesada del fin de semana había sido generosa entonces comprábamos una cerveza de litro y nos instalábamos en el patio de atrás de su casa, debajo del árbol, sentadas en el polvo junto a las garrapatas de su perro. Hacíamos un brindis por el cumpleaños de Billy Corgan y luego hablábamos del futuro, de las canciones, del colegio, de la infancia, de amor y otros temas a los que recurríamos cuando nos sentíamos en confianza. Imaginábamos cómo sería nuestra vida a los 20, a los 25, a los 27 años. Seguro estaríamos casadas a lo 27 años, viviendo en una casa llena de ventanas con un marido que seguramente era uno de los chicos que nos gustaban entonces -aunque notábamos que esa posibilidad era bastante improbable- con un perro labrador, una carrera quizás y una vida exitosa y llena de seguridad. Tendríamos la vida resuelta a los 27 años lo más probable. ¿Seríamos amigas? Por supuesto que sí, una amistad de toda una vida –una larga vida de 15 años- no se termina tan fácilmente. Nos invitaríamos a nuestros respectivos casorios, seríamos cada una la madrina de la otra y pondríamos temas de los Pumpkins en la boda, todo estaba arreglado, debajo de ese árbol todo parecía tan tangible, un futuro grandioso y una vida entera para seguir siendo amigas, para seguir escuchando Smashing Pumpkins…

No sé cuántas veces nos juntamos un 17 de marzo a brindar a salud de Corgan y su cumpleaños. No fueron muchos, pero cada 17 de marzo siento el irremediable deseo de volver a esa edad y escuchar a los Pumpkins con la misma compañía, las mismas conversaciones, la misma cerveza y el mismo futuro irreal que inventábamos ilusamente a los 15 años.

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