Caminamos en silencio. Las piedras bajo mis zapatos se reían de mi mal equilibrio y mi conciencia me gritaba que actuara rápido antes de que el tiempo se arrancara de mis manos, de mis posibilidades. Tú no hablabas, fumabas tu cigarrillo con calma y respirabas pausado mientras la noche se caía a pedazos frente a nosotros. Mi cabeza bailaba sola en la oscuridad y tú no podías notarlo, tú nada podías hacer porque tu cabeza explotaba con la mía al mismo tiempo y ninguno de los dos lo comprendía aún. Sólo caminábamos. Rebuscaba en mi cabeza un maldito tema de conversación pero todos me parecían estúpidos, nada podía pensar en paz porque tu respiración calmada lo derrumbaba todo. Estas bien?, me preguntaste después de un rato y yo te respondí que sí, aunque en realidad no supe a qué te referías, a si aún podía mantenerme de pié y caminar en línea recta sin balancearme de un lado a otro, o si en realidad querías saber cómo me sentía. La verdad es que me sentía de maravilla, la noche era perfecta para mí, había un silencio acogedor, una soledad casi impenetrable y tu compañía que me venía más que bien.
Seguíamos caminando, cada paso que dábamos aniquilaba las esperanzas, mataba de a poco el tiempo anhelado tantas veces. Yo sólo miraba tu silueta recortada en el cielo oscuro y sin luna, miraba tu boca en silencio y adormecida por el frío, buscaba tus ojos perdidos entre pedazos de pelo cayendo sobre tu cara pero nunca los hallaba, se escondían entre la penumbra y tú no podías notarlo porque tu cabeza giraba tantas veces por segundo como la mía. Alcanzamos una micro y tomamos un asiento, el fin era inminente y aunque hubiese matado por cambiar el rumbo obvio de las cosas, siempre supe que no podían ser de otra forma. Eres buena compañía, me dijiste regalándome una tregua personal en medio del bombardeo de ideas y pensamientos que violaban mi calma. Yo no pude responderte, no tenía palabras, mi lengua estaba atada y guardé silencio. Tus ojos me calmaban un poco, pero ya todo era inevitable, el tiempo se iba, burlándose de mi poca valentía y yo me hundía en el fango de mis propios temores. Me besaste en la mejilla antes de despedirte y me regalaste una de tus miradas más intensas, y yo no pude más que morderme los labios y seguir en silencio.
Seguíamos caminando, cada paso que dábamos aniquilaba las esperanzas, mataba de a poco el tiempo anhelado tantas veces. Yo sólo miraba tu silueta recortada en el cielo oscuro y sin luna, miraba tu boca en silencio y adormecida por el frío, buscaba tus ojos perdidos entre pedazos de pelo cayendo sobre tu cara pero nunca los hallaba, se escondían entre la penumbra y tú no podías notarlo porque tu cabeza giraba tantas veces por segundo como la mía. Alcanzamos una micro y tomamos un asiento, el fin era inminente y aunque hubiese matado por cambiar el rumbo obvio de las cosas, siempre supe que no podían ser de otra forma. Eres buena compañía, me dijiste regalándome una tregua personal en medio del bombardeo de ideas y pensamientos que violaban mi calma. Yo no pude responderte, no tenía palabras, mi lengua estaba atada y guardé silencio. Tus ojos me calmaban un poco, pero ya todo era inevitable, el tiempo se iba, burlándose de mi poca valentía y yo me hundía en el fango de mis propios temores. Me besaste en la mejilla antes de despedirte y me regalaste una de tus miradas más intensas, y yo no pude más que morderme los labios y seguir en silencio.