30 de mayo de 2007

Sólo pasos


Caminamos en silencio. Las piedras bajo mis zapatos se reían de mi mal equilibrio y mi conciencia me gritaba que actuara rápido antes de que el tiempo se arrancara de mis manos, de mis posibilidades. Tú no hablabas, fumabas tu cigarrillo con calma y respirabas pausado mientras la noche se caía a pedazos frente a nosotros. Mi cabeza bailaba sola en la oscuridad y tú no podías notarlo, tú nada podías hacer porque tu cabeza explotaba con la mía al mismo tiempo y ninguno de los dos lo comprendía aún. Sólo caminábamos. Rebuscaba en mi cabeza un maldito tema de conversación pero todos me parecían estúpidos, nada podía pensar en paz porque tu respiración calmada lo derrumbaba todo. Estas bien?, me preguntaste después de un rato y yo te respondí que sí, aunque en realidad no supe a qué te referías, a si aún podía mantenerme de pié y caminar en línea recta sin balancearme de un lado a otro, o si en realidad querías saber cómo me sentía. La verdad es que me sentía de maravilla, la noche era perfecta para mí, había un silencio acogedor, una soledad casi impenetrable y tu compañía que me venía más que bien.

Seguíamos caminando, cada paso que dábamos aniquilaba las esperanzas, mataba de a poco el tiempo anhelado tantas veces. Yo sólo miraba tu silueta recortada en el cielo oscuro y sin luna, miraba tu boca en silencio y adormecida por el frío, buscaba tus ojos perdidos entre pedazos de pelo cayendo sobre tu cara pero nunca los hallaba, se escondían entre la penumbra y tú no podías notarlo porque tu cabeza giraba tantas veces por segundo como la mía. Alcanzamos una micro y tomamos un asiento, el fin era inminente y aunque hubiese matado por cambiar el rumbo obvio de las cosas, siempre supe que no podían ser de otra forma. Eres buena compañía, me dijiste regalándome una tregua personal en medio del bombardeo de ideas y pensamientos que violaban mi calma. Yo no pude responderte, no tenía palabras, mi lengua estaba atada y guardé silencio. Tus ojos me calmaban un poco, pero ya todo era inevitable, el tiempo se iba, burlándose de mi poca valentía y yo me hundía en el fango de mis propios temores. Me besaste en la mejilla antes de despedirte y me regalaste una de tus miradas más intensas, y yo no pude más que morderme los labios y seguir en silencio.

27 de mayo de 2007

Enojo

Venía llegando de una degustación de vinos. Uno de esos lugares llenos de viejos guatones entallados en sus trajes de dos piezas con sus copas de tinto en la mano hablando de los taninos redondos y toda esa mierda enológica. Había estado bebiendo vino de una copa junto a mis compañeros y habíamos sostenido conversaciones a la altura, habíamos hablado de los valles vitivinícolas, de la fermentación maloláctica y de la untuosidad en boca. Habíamos sido borrachos con clase por primera vez en nuestras vidas. Había vuelto a casa sintiéndome un poco más importante de lo que suelo sentirme normalmente. Había sido recibida con mayores elogios por parte de mi familia, había sido interrogada de cómo me parecieron los vinos, si había aprendido algo nuevo que pudiera contarles. Había sido feliz hasta que prendo el computador y en msn hay un contacto de esos con los que suelo hablar habitualmente, de esos que saludas cuando entras, de esos que pueden mandarte a la misma mierda cuando están de mal humor. Y ahí estaba ese contacto diciéndome que estaba triste. Diciéndome que se sentía solo, que tenía una de esas penas que te ahogan cuando te pillan desprevenido. Yo estaba feliz, por lo que supuse que debía tomar el papel de ente consolador que escucha –en este caso lee- y entiende. Y eso fue lo que hice. Y eso fue lo que supuse era lo mejor que podía hacer estando comunicados a través de un computador, leyendo sus palabras escritas a unos 110 kilómetros de distancia, pero no fue una distancia suficiente como para frenarlo de decir cosas en mi contra como si yo tuviera algo de responsabilidad en su pena.

Me había considerado una persona poco rencorosa, había creído conocerme en ese aspecto. Pero me equivocaba. Sus palabras se alojaron en una especie de cápsula de recuerdos inolvidables que estarán ahí cada vez que me levante por las mañanas y piense en lo que debo hacer durante el día.

El caso es que me había desconectado del msn sintiéndome absolutamente enojada. Me había dicho conformista. Me había dicho tonta. Me había sentido del todo insultada y subvalorada -sin mencionar que también me había sentido estúpida al tratar de consolar a alguien que me insulta- y había pensado durante buena parte de la tarde en lo que había dicho, y luego en lo equivocado que estaba. Había vuelto a casa sintiéndome capaz de todo para venir a leer los insultos que me llegaban directo al ego desde 110 kilómetros de distancia. Así que de esa forma se activó todo ese mecanismo que hace a las personas salir del letargo pasajero por el que se suele pasar de vez en cuando y me sentí harta de toda esa mierda de personas egocéntricas que necesitan aplastar al otro para sentirse más. Me harté de ser humilde, de ser tan tonta como para tratar siempre de bajarle el perfil a todo lo que hago para no parecer jactanciosa, de no hablar demasiado de lo que hago y soy, por temor a que me tilden de arrogante, de convertirme en uno de esos personajes que hablan de sí mismos y aburren. Siempre eliminando de mis frases las palabras “Ingeniería”, “Universidad de Chile” y todo eso que me parecía jactancioso -Ni siquiera hablo de literatura y de los autores que leo a pesar de que estudio una carrera que no me hace leer ese tipo de autores y sin embargo leo más que el promedio de cualquier ingeniero-. Siempre tratando de valorar al otro para hacerlo sentir bien. Siempre escuchando, siempre humilde. Me harté.

Había despertado hoy por primera vez con ganas de estudiar. Había decidido que ya no me iba a dejar intimidar por nadie y que iba a hacer algo por ser mejor de lo que soy. De lo que ya soy. Quizás no debería odiar del todo esa conversación y hasta agradecer el enojo que me hizo sentir. Algún día se dará cuenta de lo equivocado que estaba, como yo me doy cuenta de lo equivocada que estaba también.

26 de mayo de 2007

Gritar

Carla tiene ganas de gritar. Quiere gritar tantos garabatos y maldiciones sepa, pero es demasiado tímida para eso, demasiado tímida para llamar la atención gritando en medio de una calle, aunque esté vacía. No tiene valor para ello. Respira, aprieta los puños, pero no puede. Sólo tira el aire por la nariz y aprieta los dientes. Sigue caminando en esa calle dispareja y sola con la mandíbula apretada y la cólera sujetándose en su garganta estrecha. Esto le ha pasado cientos de veces pero nunca termina por acostumbrarse.
Está desilusionada. Piensa que ya aprendió y que no volverá a tener fe en nada, pero llegado el momento vuelve a creer, el cielo nunca se cierra absolutamente cada vez y ella mira el sol en algún rincón y cree. Siempre termina creyendo. A veces hasta cree en el pronostico del tiempo e incluso en el lastimero llanto de los perros. De vez en cuando cree en los ojos de alguien. Ya es demasiado adulta como para creer en los ojos de alguien, piensa, pero muchas veces le es inevitable. Carla sabe que el invierno no es bueno para creer en los ojos de alguien, pero se le olvida de vez en cuando. Y vuelve a creer. Vuelve a creer en invierno cuando las nubes lo ocultan todo y la fe se congela y se quiebra en la escarcha.
Ya no quiere gritar. Su mandíbula se afloja en cada paso y se tranquiliza. No vale la pena, piensa. Llega a su casa y enciende la música, algo tranquilo, algo para ignorar un poco. Se tira en la cama. Grita.

12 de mayo de 2007

La despedida

Yo no tenía idea lo que había pasado antes. La última vez que lo vi parecía como si no hubiese dormido en meses, como si ya no existiera una ducha en su vida y la comida fuera parte de un pasado un poco confuso. Se suponía que no consumía drogas, pero la pinta que traía esos últimos días daba miedo. No miedo de que te hiciera algo (o quizás sí, dependiendo de cuánto lo conocieras), más bien miedo a que se fuera a caer muerto en cualquier momento frente a tus narices. Se andaba despidiendo de sus amigos, se iba a España, o Francia, no lo tuve muy claro. No le pregunté mucho, no éramos muy cercanos, aunque yo le hubiese dado un abrazo infinito como despedida. Me dijo que no sabía por qué se iba, yo le pregunté si sabía cuando volvería, si sabía si volvería, pero no me respondió. Yo creo que no estaba muy presente cuando habló conmigo la última vez. Parecía un zombie. Su pelo estaba tieso y tenía unas ojeras casi azules. Yo sabía que esa sería la última vez que lo vería y le acaricié el pelo. Yo lo quería un poco. Le toqué los mechones de alrededor de la cara y le pedí que se cuidara. Él intento figurar una sonrisa en su rostro desaliñado pero poco le resultó. Cuando ya se había ido a Europa me contaron que se había ido a despedir de Laura, que le había dicho que la amaba y que ella le había respondido que eso le importaba una mierda. Me dijeron que él le había dado una bofetada en la mejilla y que ella le había propinado un buen número de patadas y le había gritado que se fuera de su casa, que no quería volver a verlo nunca más. Todos sabíamos que él no la había podido olvidar nunca. Todos sabíamos que Laura lo veía como con desprecio, que despreciaba a todos esos poetas de mala muerte que se lo pasaban tomando y escribiendo incoherencias. Yo que Laura le plantaba un buen beso de despedida y me lo llevaba a la cama por última vez. Como por los buenos tiempos, si es que los hubo. Pero su cara de muerto no era por eso. Su cara era por otra cosa, pero nadie lo sabía muy bien, aunque supongo que era por todos esos días tomando en los bares sin descanso, por todos esos poemas que nunca se iban a publicar, que no se iba a llevar con él. Le dije que se cuidara, porque no se me ocurrió qué más decirle. Me hubiese gustado ser Laura e irme con él, pero no me atreví a decírselo. Así que le di un beso en la mejilla y se fue. Lo espié mientras se iba, caminaba lento, como ausente, el pelo hasta los hombros parecía pesarle. Intenté saber de él con el tiempo, de su paradero en Europa, si le iba bien, o tenía qué comer al menos. Pero nunca tuve noticias de él.

9 de mayo de 2007

Desahogo

Quisiera pararme de la clase un día, mirar al profesor a los ojos frente al resto de mis compañeros y decir permiso, yo me retiro, lo intenté, pero esta carrera no es lo mío. Es como un sueño. Pero uno de esos inalcanzables. Un amigo me contó un día que se paró de su clase de cálculo y dijo permiso, pero yo me retiro de la carrera. Yo lo admiro. Claro que era en su primer año y no tenía una deuda de diez millones de pesos como la que yo tengo con el estado a estas alturas. Este es mi secreto. Si leyera esto un futuro enólogo de mi clase entonces nunca más me incluirían en los grupos de vinificación, me despreciarían lo más probable. Así que fingir es el camino. No es del todo difícil tampoco, lo he hecho a menudo, aunque a estas horas, cuando he estudiado tanto y sigue sin apasionarme este asunto del vino entonces irremediablemente pienso que todo esto me supera, que no puedo más.
Quizás con unas horas de sueño ya no piense así. Quizás algún día deje de preguntarme cómo hubiese sido estudiar literatura. Quizás algún día sea enóloga y me ría de todo esto.

7 de mayo de 2007

Invierno?


Siento que es invierno. Pero los días siguen siendo calurosos, yo voy por la calle sintiendo calor y pienso no es invierno, sigue siendo verano, voy a dar vuelta a la esquina y me voy a encontrar con el chico que toca el timbre de mi casa todos los días. Pero llega la noche y me entumo. Hace frío a veces, como en invierno, siento silencio como en invierno, siento vacío, como ese vacío que se siente cuando llueve y caminas solo. Como cuando es invierno y piensas que es eterno, que allí te quedas para siempre.
Pero aún no es invierno, y yo todavía no me lo creo