Creo que tengo la costumbre de escribir cuando estoy acongojada por alguna razón y no cuando estoy bien. Hay temas que te duelen y cuando escribes acerca de ellos te desahogas, lloras, sufres, escribes y cuando has terminado puedes dormir mejor porque imaginariamente le “contaste” tu problema a “algo/alguien” que muy probablemente no te hará saber su opinión porque no existe o porque nadie leerá jamás lo que escribiste y eso en el fondo te alivia porque no escribiste para que te leyeran sino más que nada para hablar contigo mismo. Pues bien, hablo conmigo misma más a menudo cuando estoy triste, y cuando estoy feliz me callo y me ignoro un rato, como si yo misma fuera sólo mi pañuelo de lágrimas. Creo que no debería ser así y ahora que estoy bien, que mis días están tranquilos –sin mencionar el tema “tesis”, claro- he dejado mi vieja costumbre de llegar todos los días a escribir. Ya casi no tengo bitácora. Mi carpeta del año 2010 lleva apenas unos 3 o 4 archivos. Creo que me extraño un poco. Creo que necesito un poco más de mi compañía, de mis estupideces, esas que sólo a mí me gustan de mí. Contarme mis propias vivencias. Decirme que parece que estoy enamorada. Aconsejarme que debo estudiar inglés. Narrarme mi propio sueño. Contarme la última película que vi y que me emocionó hasta la médula.
Sí, me extraño. La soledad a veces no es tan fea como uno la recuerda. Uno se hace más amiga de sí misma. Te acercas. Extraño salir a caminar sola y sentarme en una plaza en un día nublado. Hablarme. Las tardes en el patio diciéndome nada. Las noches frente al computador escribiendo ensimismada como si nada fuera más importante, más placentero. Fueran idioteces, cuentos malos, historias sin concretar, pensamientos sueltos, todo era importante porque todo tenía mi significado propio, mi sello, lo que soy en verdad y que nadie más que yo ve. Pero de pronto alguien te llena y tú pasas a tu propio segundo plano. Dejas de juntarte contigo misma y tus citas ya no son con tus puras ideas. Es lindo, es gratificante y das gracias porque eres feliz. Te sientes feliz y sientes que el frío es insustancial en tus días de invierno. Pero a veces –como ahora- siento la inevitable necesidad de estar sola. Conmigo. Escribir y decirme que me extraño, que debería tomar un café y contarme de paso que mis días son diferentes ahora, que el invierno es menos frío ahora. Sí, voy a salir sola un día de estos y me voy a sentar en una plaza a contarme todo lo que he hecho este último tiempo, los chistes y las historias cercanas, lo que ha sido de mi vida después de la última vez que me vi, sola.