28 de mayo de 2009

Nothing can go wrong




Avanzábamos a unos 100 km/h por la carretera hacia el sur, alejándonos de Santiago. Era un bus de dos pisos e íbamos en los primeros asientos del segundo piso mirando la carretera abriéndose justo frente a nosotros, viendo la oscuridad huyendo de los focos del bus mientras hablábamos de nuestras vidas. Creo que fue la única vez que fue sincero. Llevábamos los pies entrelazados junto a la ventana. Yo miraba la carretera y las líneas blancas que iban metiéndose traviesas bajo el bus. Era tarde y los demás pasajeros dormían. Él se acomodó en su asiento y se puso los audífonos, dijo que dormiría un poco. Yo hice lo mismo, corrí las cortinas de la ventana y miré el paisaje negro pasar a 100 km/h a través del vidrio. Puse Hold Thight London de Chemical Brothers en el pendrive y el efecto anestesiante me recorrió en seguida los nervios del cuerpo mientras la femenina voz quieta y lejana decía Don’t worry, nothing can go wrong y yo recordaba todo lo que había pasado en Santiago antes de viajar, todo lo malo que suele suceder antes de algo bueno y pensaba en cuánto merecía esto, miraba la carretera y los focos de los autos y una sensación increíble de felicidad se apoderó de mí, vibrante y casi explosiva, “nada puede salir mal” decía la canción y yo sonreía en silencio apoyando la frente en el vidrio helado de la ventana del bus, era como salir corriendo de un edificio en llamas –nunca he escapado de un edificio en llamas pero supongo que debe sentirse así- y lo miré, tenía los ojos cerrados y los audífonos metidos en las orejas, su cabeza estaba ladeada a la izquierda levemente y tenía una expresión de satisfacción. Sí, él también merecía ese viaje supongo. Me acomodé en el asiento, estaba dispuesta a besarlo. Quizás estaba durmiendo pero lo más probable era que no. Me acerqué lo suficiente como para sentir el olor de su piel. El olor del jabón que compraba su madre mezclado con ese olor suyo que no puedo explicar. El olor que me volvía loca. Me quedé allí un par de segundos mirando las líneas de su piel junto a la boca, pero tuve miedo y retrocedí. Toqué suavemente sus manos pero no respondió. Estaba dormido supongo, o fingía estarlo. Volví a mi asiento y seguí mirando la carretera mostrándose sutilmente en la oscuridad mientras se acababa la canción y yo me acomodaba tímidamente sobre su hombro derecho. Seguíamos siendo sólo amigos, pero no importaba, era feliz, nothing can go wrong…

18 de mayo de 2009

Todo pasa por algo



Una de mis amigas de universidad siempre me decía la misma frase: “las cosas pasan por algo” y yo siempre le decía que no necesariamente, que muchas veces las cosas pasaban y no era precisamente por algo. Pero a estas alturas del partido le estoy empezando a creer un poco. Quizás siempre tuvo razón la Kelly, sólo que recién ahora me doy cuenta.

Hoy conversé con una chica en el café. Es mi compañera de trabajo, garzoneamos juntas, nos repartimos las propinas y luego nos vamos juntas al parque a mirar ropa usada. Ella es de esas personas calladas y quietas que te dan esa sensación de tranquilidad absoluta. Tiene la voz insoportablemente tierna y todos la quieren más que nada, por amorosa. Yo también la quise. Y ella me quiso a mí también, porque cuando le dije que acababa de terminar una relación dolorosa me llenó de preguntas y como ya soy vieja en estas cosas y tengo algo de experiencia, a la tercera pregunta me di cuenta que mi historia la identificaba.

Entonces me contó que hacía un año y medio mantenía una relación con un hombre y que éste nunca la había presentado en público. Me acordé del libro “Sex and the city” -todas deberían leer ese libro- donde se habla de los hombres que mantienen novias ocultas y comprobé, con total seguridad, que ese tipo de hombres existen, son los hombres ocultadores-de-relaciones, hombres que mantienen una pareja totalmente aparte de su círculo social y no le presentan jamás a los amigos, compañeros ni mucho menos a los padres. Son hombres que llevan una doble vida y se excusan en mil razones poco válidas para ocultarle al mundo que están comprometidos. No son invención mía ni de un libro que en Buenos Aires la gente respeta más que a la Biblia. Existen, y yo estuve con uno de ellos. Me dijo esta chica que una vez le encontró a su novio un mensaje raro en su celular. Él se había excusado con que era una prima –una peculiar prima que lo trataba de "mi amor"-, y ella, de puro enamorada, quiso creerle. Pero cuando me escuchó hablando, contándole que hace poco terminé una relación con un hombre que nunca me presentó a nadie, al que finalmente desenmascaré siguiendo mi increíblemente sabio sexto sentido, se dio cuenta que algo andaba mal en su relación. Ella, tan tierna y llena de bondad había aguantado silenciosamente y sin chistar durante año y medio que el hijo de puta de su novio no le presentara a nadie y eso sencillamente me llenó de rabia. Sí, me vi absolutamente reflejada en ella, yo también aguanté, pero no muy silenciosamente sino que más bien reclamé, rabié, pataleé, trampeé, indagué y aceché hasta que finalmente descubrí la verdad.

Quizás es malo ser desconfiada e incrédula de los hombres, pero en verdad creo que esa pobre niña necesitaba un consejo mío. No pudo encontrar a nadie más indicado en el mundo para hablar del asunto. Si hay alguien que sabe de hombres mentirosos-ocultadores-de-relaciones, soy yo. Así que le dije que simplemente lo pusiera entre la espada y la pared. Si te quiere, va a tener que ceder y gritar a los 4 vientos que eres su pareja o sino, es porque simplemente oculta algo muy grande y tú tienes derecho a saberlo. Sonó su celular y era su novio. La oí hablando amorosamente mientras caminamos un buen rato. Cuando cortó dijo Carola, me hiciste dudar, voy a tener que aplicar presión. Lo siento pero no pude evitar sentirme decididamente orgullosa. Quizás sea la culpable de destruir una relación, pero me quedaré con la satisfacción de que iluminé el camino de una mujer inocente y dificulté el de un maldito mentiroso. Si Amelié Poulain luchó por convertirse en la vengadora del bien entonces yo también puedo hacer lo mismo.

Nos despedimos acordando juntarnos el próximo fin de semana para hablar y tomarnos un café. El plan lo pondría en marcha de inmediato y esta semana el susodicho sería puesto en serios aprietos. Cuando nos separamos bajé las escaleras del metro sintiéndome extrañamente contenta. La idea de desenmascarar a un maldito ocultador-de-relaciones me llenó de satisfacción. Si efectivamente él es un maricón, ella va a sufrir, va a maldecir y a llorar tal vez igual como lo hice yo, pero finalmente es lo mejor, porque nadie merece que le mientan, porque creo inconcebible que existan inescrupulosos que se aprovechen del amor de sus parejas para jugar con ellas. No es justo que te aparten de sus vidas, que te muestren su mundo a medias cuando tú les has amado de verdad. Finalmente siempre va a llegar el momento en el que una se da cuenta que no merece eso. Que el amor no es así!. Y si ese momento tarda entonces siempre habrá una Amelié Poulain de las relaciones dispuesta a ofrecerte una mano.

Por eso me acordé de la Kelly y sus sabias palabras. Las cosas siempre pasan por algo. Quizás la vida me permitió conocer y enamorarme de un mentiroso-ocultador-de-relaciones para aprender de ellos y no volver a caer en lo mismo, para ayudar a que otras mujeres que estén pasando por lo mismo se den cuenta de las mierdas de hombres que posiblemente tengan a su lado y no sufran lo mismo que sufrí yo. Quien sabe, la vida es sabia y todo puede pasar por algo…

13 de mayo de 2009

Un clavo...


Hoy caminé por todo Santiago buscando desesperadamente lo único que podía llenar todos los vacíos de mi corazón: un par de botines grises ochentenos. Sola, por las calles de Santiago con mi abrigo negro y mis botas para la lluvia, tuve la revelación: debía obtenerlos esa misma tarde o morir en el intento. Cuando te sientes incómoda con la cotidianidad de tus días la mejor solución es el consumismo. Es regalonearse un poco antes de la lluvia, antes del apático invierno y de todos esos días oscuros en los que todas las horas son iguales.

Mientras caminaba bajo la lluvia escuchando Radiodept –insisto, es el soundtrack perfecto para el invierno- con las manos en los bolsillos, viendo todo tipo de calzados horribles, me iba enamorando mentalmente y cada vez más de los que ya había visto el día anterior. Una vil obsesión –super raro en mí- que se me iba colando en todos los pensamientos, en cada canción, en cada gota que iba cayendo con timidez sobre mi abrigo.

Entonces caminé placenteramente rumbo a mis amados botines, teniendo uno de esos momentos en los que se te llena la cabeza de pensamientos agradables, tranquilos y hasta podría decir “agradecidos” –el efecto Radiodept- mientras decidía que esa pena esquiva en mi consciente la iba a ahogar con todo tipo de compras que me harían feliz, aunque fuera por un día. Un pensamiento muy profundo claro, digno de un budista tibetano.

Así que finalmente me los compré. Me los puse al llegar a la casa y no los volví a soltar. No sé si estoy enamorada, pero es como esa etapa previa de conocerse y complementarse lentamente. Son como un clavo sacando a otro. Dicen que un clavo saca a otro clavo, y la verdad es que si no lo saca por lo menos lo afloja un poco.