Soy un ser fácilmente colapsable. Un ratón de laboratorio. Estresado con la simple idea de pararse frente a un laberinto de tubos. Llega un momento en que mi cerebro ya no funciona, nada le parece motivador ni interesante y entonces caigo en el irremediable colapso, en el irreflexivo espacio entre el sueño y el estudio. Si fuera un loro, sería de esos que se sacan las plumas con el pico y se quedan pelados de puro estrés.
Empezando porque los paper en inglés para la tesis me parecen repetitivos y poco relevantes
–sin mencionar que ya no soporto usar el Google traductor un minuto más-, no tengo días libres en la semana y paso con dolores de estómago, haciendo dietas que me duran menos de un día y caigo en la tentación de las “chanchedades” alimenticias de pura ansiedad, mientras intento cultivar infructíferamente una vida culta de lecturas científicas cuando lo único que de verdad me gusta leer es ese libro de cuentos de un autor que nadie conoce, que me costó tres gambas en la feria del libro y cuyo peso intelectual es nulo y entonces me viene a ratos el odio académico
–común en estas fechas y estos tiempos- y me imagino una vida haciendo ropa, cosiendo en la máquina de coser, lejos de la enología y los paper en inglés. Todo sería maravilloso.
Hoy, mientras cosía en la máquina del instituto
– sí, pagué un instituto para aprender a hacer mi ropa, en un desesperado intento por alejarme de la agronomía- pensaba en cómo sería todo si me dedicara a eso. Si me decidiera a llevar una vida sencilla con las cosas triviales que me gustan. Pasar un día haciendo una prenda, una tarde leyendo un libro, viendo una película, yendo al gimnasio, jugando FEAR, escribiendo un cuento. Cómo sería mi vida si mandara todo al carajo. Pronto me aburriría, lo más probable. Me sentiría vacía quizás. Pero cómo me gusta soñar esa vida, cómo me gusta vivirla a ratos.
Mientras tanto me estreso. Mientras, sigo adelante, porque no hay otro camino, porque ya estoy cerca, porque no puedo devolverme. Y cuando es de madrugada y las traducciones de paper sobre compuestos fenólicos me colman, y mi cerebro se muere y mi colon se manifiesta
–no entraré en detalles al respecto- y el sueño me atonta y las preocupaciones se me vienen encima y la pena y los problemas sentimentales
–uno siempre tiene uno recurrente a la hora del estudio- y las ganas de dormir 300 horas seguidas y de haber estudiado algo más liviano y cuando todo ese agobio estudiantil de fin de semestre se hace presente cual estatua incólume frente a tus cuadernos de estudio, es cuando el colapso se hace innegable y sólo quiero enterrarme en mi cama y no saber de nada más nunca más.
Un poco de misericordia, es todo lo que pido. Sólo un poco.