19 de agosto de 2006
A ocho años de Smashing Pumpkins en Chile
Hace ocho años exactamente vino a Chile Smashing Pumpkins en un concierto de alrededor de dos horas en la Estación Mapocho y yo estuve ahí. Cada 19 de agosto la nostalgia me ataca dulcemente y recuerdo. Año 1998, tercero medio, llorando de alegría, gritando tan fuerte como podía, la felicidad explotándome en los oídos mientras Corgan en el escenario jugaba con la bandera chilena y cantaba los temas más bellos de la tierra.
Si pudiera volver a un día de mi vida volvería a ese. Al 19 de agosto de 1998, 21 horas, Estación Mapocho. Cada vez que pienso en ello me da escalofríos, me da alegría, emoción, nostalgia, euforia, hasta casi siento otra vez el vértigo en el estómago, esa sensación de histeria que sentí cuando apareció la voz cruda y avasalladora de Corgan, cuando el sonido potente de sus guitarras llenó la Estación Mapocho de emociones irresistibles y nos hizo seres felices, almas sedientas de calabazas reventadas.
19 de agosto de 2006, a ocho años de ese día imborrable, sólo tengo ganas de recordar y escuchar a los Pumpkins mil veces hasta que este día acabe y la nostalgia se vuelva algo más etérea y menos presente.
1998
1998 un año extraño. Voy al colegio y dedico las tardes a dormir siesta, leer revistas de música y ver el canal dos, mi único enlace con la música en esos años. Ahí estoy yo, inserta en un año intenso, esperando el concierto de los Pumpkins en Chile, escondiendo mi incontrolable euforia porque no tengo permiso para ir, es un grupo agresivo y rebelde dice mi madre, no irás a ninguna parte, eres muy chica. Finjo que he aceptado la sentencia y no insisto. Sé que voy a ir igual, eso nadie va a quitármelo.
Tengo un novio y un gato, una amiga inseparable y una habitación tapizadas de fotos de los Pumpkins. En el antiguo equipo de música de la casa suena todo el día Adore, el disco que los traerá a Chile. Cuento los días que quedan para el 19 de agosto. La espera, siento ahora, es un dulce letargo de días fríos y alegres, insomnios excitantes que me revuelven el estómago. Sueño con el día del concierto y con conocer a Corgan, con poder tocarlo, con que todas las fantasías adolescentes se hicieran ciertas. Y llega el día, y corro, corro lo más fuerte que puedo, llego a la reja que separa el escenario y ahí me quedo, me afirmo y juro no soltarla más, es mía, es mi maldito premio por años de espera. Son las nueve y cinco de la noche y se apagan las luces, la gente grita, todos gritan, todos están desesperados, aparece la cabeza calva de Corgan y la gente se desmaya, se para justo en medio del escenario y toca la guitarra, toca To Sheila, yo lloro, yo no puedo creerlo y grito, grito lo más fuerte que puedo, siento una especie de vértigo, un dolor en el estómago que es emoción, llanto y alegría concentrados en un solo punto, en un momento único de mi vida. Smashing Pumpkins tocando en Chile, tocando a pocos metros de mí. Miré el cielo y dije gracias, sé que lo dije, tocaban 1979 mientras Corgan reía con malicia y la felicidad se me escapaba en lágrimas, sintiéndome tan pequeña en medio de tanta gente cargada de emociones, cargada de sentimientos que no puedo explicar.
1998, un año extraño. No soy capaz de volver a emocionarme por algo, no soy capaz de volver a sentir después de ese concierto. Pierdo a mi novio, pierdo a mi gato en una extraña desaparición, pierdo a mi amiga inseparable y todas las fotos de los Pumpkins las pierdo también. Cuando quedé sola sí sentí. Sentí pena. Al final uno nunca pierde la capacidad de sentir. 1998 un año difícil de olvidar. El año más feliz de mi vida.
15 de agosto de 2006
Exceso
Maldito alcohol. Quizás si no hubiese tomado tanto ese viernes entonces ahora estaría igual que antes de ese viernes, pero tomé demasiado y vi todo mejor de lo que era y me reí de cosas que no eran graciosas y me fascinó gente que no tenía nada de fascinante. Un viernes como todos los viernes, sólo que esta vez “exceso” es la palabra que me culpa y se ríe un poco de mí en una parte de mi cerebro que no sé cuál es. Los recuerdos son sólo flash-back violentos que saltan como una luz electroscópica en cualquier momento, sin que los invoque, sin que desee recordar qué pasó cuando ya lo creía borrado de mi cabeza. Y así aparece la calle silenciosa quebrada por nuestras risas enormes y nadie sabe por qué reímos, pero reímos. Y luego está esa escalera sucia que baja a un subterráneo infecto, colmado por la música y las risas enajenadas de las demás personas como nosotros y seguimos tomando sin darnos cuenta que nuestro cuerpo ya no quiere más alcohol, no importa, siempre queremos más, siempre necesitamos más. Ahí está esa cara bonita que creí demasiado bonita y la voz dulce que creí demasiado dulce y luego esos sentimientos afectivos que sólo nacen del alcohol porque no hay otra explicación, entonces en medio de la confusión decido que me gusta esa cara y que la quiero. No sé qué más sucede porque los flash-back no me muestran todo y los recuerdos siguientes siguen en un agujero negro dentro de mi cabeza perdidos y sin forma en el fondo de cualquier parte. El siguiente recuerdo es la despedida, es sus ojos y su sonrisa de niño mirándome desde alguna parte y yo creyendo que quizás vuelva a verlo alguna vez. Me aprendo su sonrisa y olvido el resto.
La mañana siguiente es cruel y mi cuerpo me pide un poco de paz, no más por favor, no más alcohol, ni caminatas, no más flash-back despiadados que me arrojan recuerdos que no quiero recordar y aparece esa cara bonita y odio la noche del viernes porque olvidé lo importante y porque debo aceptar las burlas del resto, aceptar que soy una borracha y que el nuevo número de teléfono en mi celular debería ser el de alcohólicos anónimos y no otro. Maldito alcohol, quizás algún día madure y me vuelva responsable y seamos amigos y los viernes sean tranquilos y las mañanas menos dolorosas. Ahora sólo queda esperar a aprender a vivir con los flash-back y los golpes acusadores en la consciencia que duran más que cualquier recuerdo vago de una noche de excesos.
La mañana siguiente es cruel y mi cuerpo me pide un poco de paz, no más por favor, no más alcohol, ni caminatas, no más flash-back despiadados que me arrojan recuerdos que no quiero recordar y aparece esa cara bonita y odio la noche del viernes porque olvidé lo importante y porque debo aceptar las burlas del resto, aceptar que soy una borracha y que el nuevo número de teléfono en mi celular debería ser el de alcohólicos anónimos y no otro. Maldito alcohol, quizás algún día madure y me vuelva responsable y seamos amigos y los viernes sean tranquilos y las mañanas menos dolorosas. Ahora sólo queda esperar a aprender a vivir con los flash-back y los golpes acusadores en la consciencia que duran más que cualquier recuerdo vago de una noche de excesos.
14 de agosto de 2006
Palabras (cuento)
Abrió los ojos y no vio nada. Quizás se asustó un poco, Carla suele asustarse cuando no despierta en su propia cama y se pregunta dónde está, por qué no ha despertado en su cama junto al gato que siempre duerme a su lado. La oscuridad se despeja y ve al chico durmiendo a su lado. Están desnudos, ella toca su piel tibia y se alivia. Ella piensa en él y suplica que la noche nunca se acabe y se queden acostados por siempre. Ella se acurruca a su lado y cierra los ojos. Le dice te quiero. No está segura si lo dijo realmente, no sabe si fue un sueño o es que se confundió en medio de tanta oscuridad y lo dijo en serio. Escucha las palabras cortando el silencio en la oscuridad del lugar y se estremece. No sabe si lo dijo o no. Lo mira. Él sigue allí, quieto, inmutable, como si no existiera pero existe y respira pausado a su lado, ella no sabe si él la escuchó, ella no sabe qué hacer. En su mente ella sólo quiere que sus palabras hayan sido reales y se cristalicen en los oídos de él y se queden suspendidas hasta que despierte y le diga algo, le diga que él también la quiere a ella. Él sigue quieto. Quizás duerme, quizás finge que duerme para no tener que decir algo. Carla sabe en el fondo que él nunca le dirá lo que ella quiere que le diga y vuelve a cerrar los ojos. Se envuelve en las sábanas e intenta volver a dormir, no pensar demasiado, estúpida Carla ingenua, es sólo esta noche, nadie tiene que decir nada. Intenta dormir. Él se mueve a su lado y la abraza por la espalda, pone su boca junto a su cuello y respira tranquilo. Ella sonríe, está oscuro y nadie la ve, pero sonríe. Cierra los ojos.
9 de agosto de 2006
Push, The Cure
Es una mezcla de alegría pura, de éxtasis incontrolable y la más punzante de las tristezas. Cómo saber cuál de los dos sentimientos es más fuertes. Voy caminando por una calle atestada de gente y sin embargo parece vacía, exquisitamente vacía, y yo voy escuchando esa canción excitante que tú me regalaste un día, yo estoy recordándote y me río de tus ojos, yo siento el impulso de correr y adelantar todos esos cuerpos, verte al final de la calle, vivir en los paseos nocturnos que hacíamos antes, reírnos como antes. Estoy riéndome de la cara que pusiste cuando me insultaste y me dijiste puta. ¿Nunca pensaste que era irrevocable? Una puerta que se cierra herméticamente, tú y yo nunca volveríamos a esas noches callejeras, las noches Santiaguinas del verano pasado. El último verano.
Y yo quiero correr a ti e insultarte, al final de la calle esperando, yo quiero reírme de tu cara otra vez, quiero mirar el odio en tus ojos y burlarme de él, me duele dulcemente y me río, quizás porque no puedo hacer nada más. La calle sigue llena de gente, tú te perdiste en el último verano, y yo no puedo parar de reír.
Y yo quiero correr a ti e insultarte, al final de la calle esperando, yo quiero reírme de tu cara otra vez, quiero mirar el odio en tus ojos y burlarme de él, me duele dulcemente y me río, quizás porque no puedo hacer nada más. La calle sigue llena de gente, tú te perdiste en el último verano, y yo no puedo parar de reír.
3 de agosto de 2006
Like Spinning Plates (cuento)
Entramos en esa habitación pintada de un verde oscuro y roído por los años, bajo los rayados en las paredes, dibujos, dedicatorias, poemas, pedazos sueltos de canciones olvidadas rellenando los rincones verdes de la pieza, bajo esa ampolleta tímida encerrada en una pantalla sucia y cenicienta que proyectaba una luz deprimente sobre una alfombra carcomida quizás por qué artificios pasados. El olor era siempre insoportable. Había que prender un incienso. Siempre odié el incienso, pero en esas ocasiones era necesario. Hasta deseable. Entro pateando botellas vacías, pedazos de pan duro a medio comer, platos vacíos con comida pegada en el fondo, ropa sucia, pestilente, horrible. Me hago un espacio en la cama que cruje doliente cada vez que soporta un peso. Me siento. Lo único admirable de todo ello es ese equipo nuevo, reluciente, con parlantes en cada rincón de la pieza, amenazante, envolvente, exquisito. Busco el control remoto entre las piedras, plumas y papeles que adornan el velador, enciendo el equipo.
Él me trae su nueva adquisición, un disco de Radiohead, el disco nuevo, lo admiro, una simple carátula negra adornada con un escuálido cuadrado rojo y un tímido título “Amnesiac” lo es todo. Lo pongo. Vuelvo a la cama, me siento, destapo una cerveza y me la tomo. Repaso los rincones, telarañas, cada vez más grandes, cada vez más cerca, nos devorarán un día, le digo, pero no le importa. A mí me importa, pero no puedo contra las arañas. Son demasiadas, están en todas partes. Prefiero ignorarlas y seguir tomando.
Él me quita el control remoto de las manos. Esta canción es lo máximo, dice, escucha. Adelanta el disco, canción número 10, un extraño sonido salta de los parlantes, un zumbido, desquiciante, desesperante, como cientos de abejas gigantes revoloteando junto a mis orejas. Apágalo por favor, no lo soporto, no quiero escucharlas. Él se ríe, pero escucha, es muy buena esta canción, yo no soporto las abejas, están creciendo, se hacen más fuertes, más insoportables, llenan la exigua oscuridad de la pieza, me quitan el aire, no puedo respirar. Apágalo, no quiero las abejas, intento quitarle el control remoto de las manos, pero se ríe y me evade, yo no lo soporto, es un sonido horrible, un batir de alas gigantes, alas membranosas, como las de las abejas, pero son inmensas, chocan contra las murallas, producen ese sonido asqueroso, ese horrendo susurro enajenado, abatido.
El zumbido se hace eterno, luego comienza la melodía, la más dolorosa de las melodías, punzante, me duele, es terrible, quisiera llorar, pero por qué, no tengo motivos. El zumbido se aleja lentamente, me doy cuenta que sólo duró unos 20 segundos, los que creí inmortales, mi mente perturbada por el humo, las cervezas, el encierro, lo desfiguró, allí estaba yo aún, en esa pieza maloliente, oscura, infecta, no habían abejas, no había más que el triste sonido de Radiohead colándose entre las telarañas, entre la podredumbre que me rodeaba.
Para cuando terminó esa amarga “Like Spinning Plates”, yo escondía mi cabeza entre las frazadas arremolinadas sobre la cama, queriendo escapar de la tristeza, de esa voz maldita que me afligía. Y cuando el silencio, ese increíblemente anhelado silencio volvió a la pieza, cerré los ojos y me dormí como un bulto sobre la cama de formas feroces, y soñé con abejas gigantes zumbando en una pequeña habitación oscura.
Él me trae su nueva adquisición, un disco de Radiohead, el disco nuevo, lo admiro, una simple carátula negra adornada con un escuálido cuadrado rojo y un tímido título “Amnesiac” lo es todo. Lo pongo. Vuelvo a la cama, me siento, destapo una cerveza y me la tomo. Repaso los rincones, telarañas, cada vez más grandes, cada vez más cerca, nos devorarán un día, le digo, pero no le importa. A mí me importa, pero no puedo contra las arañas. Son demasiadas, están en todas partes. Prefiero ignorarlas y seguir tomando.
Él me quita el control remoto de las manos. Esta canción es lo máximo, dice, escucha. Adelanta el disco, canción número 10, un extraño sonido salta de los parlantes, un zumbido, desquiciante, desesperante, como cientos de abejas gigantes revoloteando junto a mis orejas. Apágalo por favor, no lo soporto, no quiero escucharlas. Él se ríe, pero escucha, es muy buena esta canción, yo no soporto las abejas, están creciendo, se hacen más fuertes, más insoportables, llenan la exigua oscuridad de la pieza, me quitan el aire, no puedo respirar. Apágalo, no quiero las abejas, intento quitarle el control remoto de las manos, pero se ríe y me evade, yo no lo soporto, es un sonido horrible, un batir de alas gigantes, alas membranosas, como las de las abejas, pero son inmensas, chocan contra las murallas, producen ese sonido asqueroso, ese horrendo susurro enajenado, abatido.
El zumbido se hace eterno, luego comienza la melodía, la más dolorosa de las melodías, punzante, me duele, es terrible, quisiera llorar, pero por qué, no tengo motivos. El zumbido se aleja lentamente, me doy cuenta que sólo duró unos 20 segundos, los que creí inmortales, mi mente perturbada por el humo, las cervezas, el encierro, lo desfiguró, allí estaba yo aún, en esa pieza maloliente, oscura, infecta, no habían abejas, no había más que el triste sonido de Radiohead colándose entre las telarañas, entre la podredumbre que me rodeaba.
Para cuando terminó esa amarga “Like Spinning Plates”, yo escondía mi cabeza entre las frazadas arremolinadas sobre la cama, queriendo escapar de la tristeza, de esa voz maldita que me afligía. Y cuando el silencio, ese increíblemente anhelado silencio volvió a la pieza, cerré los ojos y me dormí como un bulto sobre la cama de formas feroces, y soñé con abejas gigantes zumbando en una pequeña habitación oscura.
1 de agosto de 2006
Soñé
Anoche tuve un sueño con un hombre. Soñé que me amaba y que yo lo amaba a él. Que me contaba chistes y yo me reía. Soñé que tenía los ojos amarillos y se llamaba Ángel. Tocaba la guitarra y hacía dibujos feos. Había una ventana larga y angosta con una cortina blanca. Soñé que yo lo miraba por esa ventana cuando él se iba y al volver se acostaba conmigo y me hablaba de la revolución francesa. Yo lo escuchaba y lo amaba. Sé que lo amaba porque he amado y sé lo que es amar. Se sentía como cuando he amado. Se sentía bien quizás.
Soñé que me daba un beso que yo prolongaba porque no quería despertar, porque amaba su beso y el silencio de sus labios. Soñé que su voz era áspera y con ella me decía que yo le gustaba, que lo perdonara.
Desperté y me sentí miserable. Quizás hasta lo extrañé. Me di vueltas en la cama enterrando la cara en la almohada y quise soñar otra vez con un hombre de ojos amarillos que me amaba y que yo lo amaba a él.
Soñé que me daba un beso que yo prolongaba porque no quería despertar, porque amaba su beso y el silencio de sus labios. Soñé que su voz era áspera y con ella me decía que yo le gustaba, que lo perdonara.
Desperté y me sentí miserable. Quizás hasta lo extrañé. Me di vueltas en la cama enterrando la cara en la almohada y quise soñar otra vez con un hombre de ojos amarillos que me amaba y que yo lo amaba a él.
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