26 de julio de 2006

A las diez en punto (cuento)


Faltan diez minutos para las diez de la noche, me informa el reloj colgado a la pared que me hace pensar en su monótono sonido como una técnica de hipnotismo frustrado. Nada me hace olvidar que sólo tengo diez minutos más. Me paseo inquieto por la estrecha habitación atiborrada de objetos detestables buscando tal vez algo que no me haga pensar, o mejor aún, buscando en que ocupar mi mente agotada del tic tac del endemoniado reloj. Intento el método absurdo del hiperquinético ir y venir entre muebles añejos que forman un angosto pasillo, donde pretendo alejar el ruido incesante del reloj que me recuerda con insistencia que el tiempo se acaba, que se está yendo, que mi aliento se va con él. Busco un poco de aire fresco que despeje mis pulmones del humo intenso de mis cigarrillos que dibujan líneas en la atmósfera que no puedo borrar, necesito oxígeno, y siento entonces el imperativo deseo de abrir la puerta y aspirar el aire a grandes bocanadas, pero cada vez que tocan mis dedos la manilla vieja de la puerta la sangre se me congela y retrocedo como si buscara calentarla otra vez. Quizás sea porque tengo miedo, quizás porque el reloj juega con mis temores y se ríe de mi frenético vaivén sabiendo que falta poco.
Tal vez él ya esté afuera, tal vez está esperando que salga, a que no pueda seguir soportando el sofocante aire que de tanto reciclar una y mil veces se ha viciado. No quiero verlo, sus ojos vacíos y su cara inanimada me repugnan, y aunque intente cambiar lo que acontece después de abrir la puerta es siempre lo mismo, fingirá la simpatía irracional que no siente y acabaré haciendo lo que me pida, hasta manosear y pisotear mi voluntad con grotesco deleite.
El tiempo sigue consumiéndose como el tabaco de mis cigarrillos, como el oxígeno de mi cuarto sin ventanas. Mi conciencia ya comienza a languidecer, el abatimiento que a esa hora empieza a estrangular mi resistencia me convence que es inútil oponerse cuando conozco muy bien el desenlace de mi historia, cuando recuerdo que él es más fuerte que yo y luchar sólo serviría para malgastar el tiempo que se aleja sin misericordia. Entonces giro la manilla de la puerta y allí está, como lo imaginaba, parado tras la puerta con la expresión oscura, mirándome con los ojos huecos y perdidos en tinieblas que no alcanzo a ver. Pero siempre es así, él sonríe irónicamente y finge una amistad absurda que inventó una de las noches frías de este invierno, o del anterior, ya no lo recuerdo. Caminaremos por calles deterioradas por la nostalgia de almas como las nuestras, roídas por el tiempo malgastado de tantas vidas, y terminaré siguiendo su rutinario juego de estúpidas costumbres, terminaré intoxicándome la sangre, hiriéndome con agujas corrompidas y riendo más tarde de sus chistes insensatos como si fuera la primera vez que los escucho. Entonces él se sentirá complacido, la noche termina a su antojo, la historia ha vuelto a recorrer las líneas habituales que ha trazado y ríe con exasperantes carcajadas que saltan de sus dientes oscuros para rebotar en las paredes de mis oídos, mientras su olor nauseabundo termina por atrofiar mis ideas. Ya no hay nada que hacer más que mirar el tiempo morir, abandonar las horas con resignación e intentar no pensar en ello, la mañana se acerca, estaré ya en mi cama para cuando el sol se asome otra vez sobre la ciudad y procuraré creer que esa será la última vez que el deseo destructivo de un ente incrustado en mi alma vuelva a persuadirme, pero sabiendo al fin y al cabo que a las diez de la noche en punto volverá a mi puerta y yo volveré a abrirle.

25 de julio de 2006

Cambios

“No trato que las cosas se queden como están, no voy en contra de los cambios, sólo trato de rescatar lo bueno que se va yendo”. Tomé un sorbo de mi cerveza y miré el tinte sensato de su cara. A veces quisiera ser como él y pensar cosas cuerdas. Me ahogo, pienso que todo irá mal, que odio los cambios, que no quiero perder a mis amigos que se van lento con el tiempo sigiloso porque así es la vida, porque nuestros destinos se someten a los cambios y nos separamos, sin quererlo nos vamos alejando, ya nos conocemos menos, ya casi ni nos extrañamos. Siento pena y quisiera que las cosas siempre fueran como lo fueron hace un par de años, que los cambios no existieran, que no llegaran nunca. Pero llegan. Él dijo rescatar lo bueno que ya se va yendo, y yo no termino de entender cómo diablos hago eso. Las cosas cambian, entran nuevos personajes y salen otros. Mataría porque mis personajes favoritos siguieran siempre en escena, pero no soy dueña del show. Y sigo bebiendo mi cerveza frente a él, recordando a nuestros amigos lejanos, indefensa frente a los cambios.

14 de julio de 2006

Irresponsabilidad

Son increíbles las artimañas que uno es capaz de hacer con tal de no estudiar. Ser irresponsable es un placer culpable que traga demasiado rápido y no te das cuenta cuando ya no puedes escapar. Lo eres y punto. Un irresponsable hecho y derecho.
Es un crimen hacerte estudiar en vacaciones, pienso, es en eso en lo que me baso cuando escapo y digo esto no es justo, estoy de vacaciones, tengo que hacer lo que se me de la gana porque es mi tiempo, al fin mío. Pero la clemencia en estos casos no corre y el señor Valderas no tuvo piedad al citarme a mitad de mis vacaciones para interrogarme acerca del maravilloso mundo de la Administración y sus tomas de decisiones, planificación estratégica y cuanta basura más escribió en su odioso libro.
Entonces escapo. Hago un break de 5 minutos que se extiende una hora, páginas de Internet, conversaciones triviales por msn, fotos feas y cualquier idiotez que me sirva para alejarme de ese endemoniado libro cuando son las tres de la mañana y crece mi odio por la idea de tener que estudiar ahora cuando mi cerebro se declaró en huelga y ya no sirve más que para las funciones básicas y me pregunto “sirve de algo todo esto?”. No sé.
Sólo sé que no quiero más. Y es la única información que me cabe en el cerebro.

11 de julio de 2006

Vicuña Mackenna, 4:30 a.m.


Vicuña Mackenna, 4:30 a.m.
desconocidos frente a un puesto de comida rápida
Santiago, Chile


- Hola
- Hola
- te molesta si me siento contigo?
- no, dale
- vale, estoy muerto de hambre, ¿quieres completo?
- no, gracias, no quiero comer
- ¿mala noche?
- algo así, ¿dónde estabas?
- en el Club Miel
- ¿y qué tal?
- fome… ¿y tú?
- en el Bale… no tan fome
- ¿qué estudiai?
- algo fome
- a que te gano, yo si que estudio algo fome
- ¿qué estudiai?
- dale tú, yo pregunté primero
- Agronomía
- yo Ingeniería comercial
- oh, la dura, me ganaste
- sí, ¿en serio no quieres completo?
- no
- algún día voy a ir al Bale, ahí te veo
- ya, te espero
- Muy bueno el completo, me despido señorita
- nos vemos
- en el Bale
- en el Bale…

8 de julio de 2006

Final (cuento)


Silencio, soledad, gritos remotos, pasos extraños, gente callada esperando una micro, gente cansada y sola, una calle mojada y unas luces tímidas alumbrando el pavimento bajo la noche espesa son las cosas que me separan de él, son las cosas que me rodean y lo rodean, son el escenario de una escena final, la última de una historia breve, de una noche que tuvo un final inevitable y que pronto desaparecerá de nuestras vidas, de las mentes, de los recuerdos. Él está lejos, al otro lado de la calle y las luces, al otro lado del vacío y las voces lejanas, él está esperando volver a casa y yo esperando volver a la mía. Él está parado justo en frente, yo lo miro, él me mira, nadie hace nada. Yo quisiera que ese fuera el destino del resto de mi vida, parada bajo el frío inminente del amanecer mirando su cara distante, mirando sus ojos porque no puedo hacer nada más, la noche acaba, la historia tiene fin, él se irá, yo me iré, nunca volveremos a vernos.

Podría cruzar la calle y las luces y los ruidos ambiguos de las tinieblas pero no lo hago. Podría cruzar la calle y decirle que se quede conmigo. Decirle que la historia puede tener un final distinto, decirle que podemos demorar el momento, el sol aún no sale, aún hay tiempo, tú podrías abrazarme, yo podría responderte, podríamos atrasar la noche esquiva y quedarnos juntos en la calle mojada bajo las luces amarillas sorteando el final inevitable.

Él sigue lejos, tan distante, remoto, su cara se pierde entre la oscuridad y los pasos extraños, se pierde entre las caras cansadas y el frío del amanecer. Yo tomo la micro, yo decido que el final es irremediable y que no puedo huir, que no podemos evitarlo porque así es la historia, así está hecha. Y lo miro mientras me alejo, lo miro parado en esa calle mojada y vacía, él me mira y prolonga la mirada, que no se corte, que ese sea el final, una mirada eterna, que se extienda hasta el amanecer y hasta que salga el sol y sigamos mirándonos porque no quiero olvidar su cara, porque no quiero olvidar esa calle mojada, ni las luces tímidas, ni sus ojos, ni la historia efímera que se extingue con la noche, con la distancia.
La mirada se rompe. Él se quedó en la noche, en la calle mojada y solitaria. Yo me quedo con el recuerdo de una noche frágil que se acaba cruelmente. Nunca volveremos a vernos.