A estas horas, necesito decir que siento una emoción y una nostalgia tremendas. Hace 12 años atrás fui una adolescente grupie que se paró dos horas afuera del Hotel Hyatt con un cuaderno y un lápiz en la mano a esperar a su grupo de música favorito. Y hoy he vuelto a ser esa misma adolescente parada afuera de un hotel esperando absurdamente que el autor de las canciones más increíblemente bellas, saliera a sacarse una foto conmigo.
Debo confesar que me sentí grupie y tonta y me avergoncé de mí misma un buen rato mientras me humillaba esperando a un tipo que bien podía estar tomándose una cerveza junto al plácido aire acondicionado mientras yo me moría de calor bajo los asesinos rayos del sol, esperándolo, debo agregar además que si lo hice, que si me sometí a mis propios prejuicios fue porque me lo debía. Porque hace 12 años hice lo mismo y me saqué una foto con Billy Corgan pero el puto destino hizo que mi mejor amiga de aquellos tiempos me cagara no sólo con mi pololo sino que también con lo más preciado que de adolescente tuve entre mis tesoros: la foto con Billy Corgan. Uno puede madurar, dejar pasar el agua bajo el puente, dar vuelta la página, pero igual cuesta recordar que te cagaron con algo así. Que tuviste una foto con Billy Corgan –tu ídolo de la vida y un artista increíble- y que ya no existe más en tu vida, que se perdió. Creo que durante estos 12 años me vino a ratos el odio, el deseo de encontrarla, de retroceder el tiempo. Otras veces lo olvidaba y me consolaba con haberlo vivido. Pero cuando supe que Smashing Pumpkins ya estaba en Chile, en el Hotel Sheraton, sólo pude pensar en esa foto. En mi adolescencia. En la deuda adolescente que mantuve por años conmigo misma. En esa foto que merecía tener, porque me lo debía, porque aunque fuera algo efímero ahora me sacó lágrimas igual en el pasado, y porque a fin de cuentas uno igual se contenta con esos caprichos y fui casi con miedo, sin esperanzas, como para decirme lo intenté. Y ahí estaba Billy Corgan otra vez, 12 años más viejo, con más arrugas y mañas, igual de lindo, de alto, de amado. Me saqué la foto con él abrazada a su cintura como hace 12 años, sonriendo quizás más desenvuelta, más feliz. Le había doblado la mano al destino. Pagué mi deuda adolescente, ahora sólo me resta colgarla en la pared.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario