3 de agosto de 2010

Mi Gandalf





Estuve lejos de él tres meses. Lo veía una vez a la semana, cuando volvía a Santiago. Las noches que pasé con él eran como disfrutar cada segundo a su lado. Su calor en mis brazos, su ronroneo infinito. A veces la gente no cree que uno puede extrañar tanto a un gato. A veces ni siquiera era una vez a la semana. A veces tenía que elegir quedarme con él o con mi pololo y claro, uno elige al pololo y esa parece una decisión obvia, pero me acordaba de él igual, de mi Gandalf, pensaba que pagaría todo el dinero del mundo por haberlos tenido a los dos en la misma cama. A mi gato y a mi pololo. Abrazados y apretados contra mí.

El resto de las noches dormía sola, abrigada hasta las orejas, abrazando la almohada, porque no había dormido sola en 10 años, desde que llevé a Gandalf a vivir conmigo. Siempre antes de dormir pensaba en él, en su ronroneo. También pensaba en Eduardo y en que hubiese matado por tenerlo ahí en mi cama, esperándome como un peluche todos los días al volver del trabajo. Me dormía y ya no extrañaba más, hasta que despertaba. Y así todos los días durante esos tres meses sin mi Gandalf...





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