29 de enero de 2008

Oscuridad


Estaba la luz apagada porque a él le gustaba la luz apagada cuando escuchaba música. Eso hacíamos, hablar y escuchar el Parachutes de Coldplay con la luz apagada. Estaba sentado a unos metros de mí, yo veía su silueta y el lugar donde debería estar su rostro. No veía nada más, y supongo que él tampoco. Pero de todas formas lo miraba, imaginaba su boca moviéndose al pronunciar las palabras y su sonrisa cuando lo escuchaba reír. De vez en cuando el foco de un auto en la calle atravesaba la ventana e iluminaba su cara y los mechones de pelo que le caían encima mientras hablaba de Sartre y del libro que había leído de él hace poco mientras yo guardaba silencio y me comía las uñas aprovechando la penumbra y su imposibilidad de verme. Le dije que mejor fuera a comprar una cerveza, que la filosofía no iba conmigo aunque me gustara la utopía de Sartre y dijo que afuera hacía demasiado frío y se acercó a la cama donde yo estaba y miró por la ventana unos segundos como calculando los grados Celsius a través del vidrio. Era más bien grande y parecía crecer junto a la exigua luz que entraba desde la ventana, como un animal enfurecido, quizás pensé eso o quizás pensé en un animal hambriento, de todas formas pensé en un animal cuando lo vi montado en la ventana y le toqué el brazo como esperando que volviera a ser un ser humano a mi lado hablando de filósofos franceses y entonces me miró y sus ojos estaban ciegos, o eso creí, porque fruncía el ceño como buscándome en la penumbra y yo tuve miedo de que sus ojos chocaran con los míos no sé porqué y le dije que no hacía tanto frío como para ir por una cerveza y él encontró mis ojos y me dijo el vidrio está empañado, debe hacer un frío de mierda allí afuera y por alguna razón yo no quería -o no podía- sacar mi mano de su brazo como esperando que volviera a su forma humana o se quedara allí, congelado junto a mí toda la noche. Entonces fue como si se complementara con la oscuridad y creciera más aún sobre mí hasta cubrirme por completo y dejarme sin aire. No me dijo nada y yo tampoco. Puso su mano en mi cintura y me deslizó sobre la cama como si fuera una hoja de uno de sus libros de Sartre. No podía ver su cara, ni sus ojos, tampoco si me estaba mirando o permanecía ciego bajo sus parpados. Metió sus manos bajo mi ropa mientras el disco de Coldplay todavía sonaba y se mezclaba con la oscuridad y los reflejos de la ventana y su cuerpo inmenso y mis ganas eternas y el existencialismo de Sartre y el eco de la cama y de las sombras.

Creo que estuvimos a oscuras hasta que se resignó la noche y se terminó la música y las luces de la ciudad se apagaban en la niebla y los perros guardaban su lúgubre silencio al igual que la cama y que nosotros. Le dije que ahora podía ir a comprar la cerveza y me dijo que ya no estábamos hablando de filosofía así que podía prescindir de ella, entonces me abrazó y se quedó callado el resto de la noche como si durmiera o como si fingiera dormir y yo miraba la ventana y pensaba en el frío de los perros y su respiración apagada como si dejara de existir de a poco y fingí dormir un rato hasta que me dormí de verdad y me perdí en sueños donde él aparecía más grande aún alzándose sobre mí como una estatua impoluta y severa.

Cuando despertamos el día estaba colándose insolente desde la ventana y me sonrió antes de comenzar a vestirse. Me habló de unas películas que se había conseguido y de un asunto pendiente con un profesor de su universidad. Me vestí casi sin ganas y me dijo que me iría a dejar al bus. Éramos amigos sin duda, y yo tuve que acordarme del existencialismo antes de comenzar a fingir. Nunca más volvimos a hablar de Sartre.

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