30 de enero de 2008

I am Legend


Cuando decidí ir a ver esta película pensé: quiero por sobre todas las cosas ver Nueva York devastado y allanado por animales salvajes corriendo por la Quinta avenida y los escenarios típicos donde Carrie Bradshaw se juntaba con sus amigas para hablar de hombres. Quería ver una película al estilo 28 days later, con buena música, algunas escenas chistosas, otras escalofriantes y tal vez un final simpático. Nada muy exigente a pesar de lo mucho que llevaba queriendo verla.

Nada me hizo sospechar lo terrible que sería para mí estar frente a esas escenas cargadas de una tristeza absoluta, de esas que quizás preferirías estar sola en la sala de cine para llorar a gritos. Quizás exagero. Quizás nadie más que yo la encontró triste, quizás nadie más que yo se puso a llorar porque tuvo que matar a su perro mientras cantaba "todo va a estar bien" o porque el protagonista le suplicaba a un maniquí que le dijera hola, pero esas escenas por Dios que me llegaron hasta el hueso. Creo que aunque Santiago aún no es contagiado por ningún virus que extermine a los seres humanos uno puede llegar a sentirse así de solo. Así de miserable.

La película resultó ser absolutamente distinta a lo que yo esperaba, resultó que salí del cine sintiéndome sola, miserable, con ganas de abrazar a mi gato, de reordenar mi vida y sobretodo: de tener un pastor alemán. Después de haberme sentido miserable, como el propio Robert Neville (Will Smith) emitiendo mensajes al mundo en busca de un ser humano que pueda hacerle compañía, pensé en lo parecida que es la ciencia ficción con la realidad. Pensé en lo solos que estamos a veces. En esa soledad infinita que de vez en cuando parece ahogarnos.

Al final de cuentas me pareció buena, pero no puedo dejar de recalcar que el final fue lo peor que pudieron hacerle a esa película que tenía mucho más que dar. Al salir del cine y comentar la película me enteré que era una novela escrita hace años donde la razón de todo resultó ser absolutamente distinta, y me pareció que para los que esperaban la película por el libro debieron haberse sentido muy decepcionados. Nunca entendí por qué habían leones y hasta peces en las piscinas –ni cagando se habían escapado del zoológico, como me dijeron por ahí-, me molestó que los humanoides tuvieran un líder –me recordó a esa sobrevalorada película “la tierra de los muertos vivos”- y que terminara con una moraleja religiosa que en ningún caso tenía lugar –no tuvieron más tiempo los guionistas para pensar algo mejor?- por lo que la película no se llevó mi máxima admiración, pero de que me tocó hasta lo último de mis emociones, sí, lo hizo. Y puta que me dolió…

“Me llamo Robert Neville. Soy un superviviente que vive en la ciudad de Nueva York. Estoy transmitiendo en toda la banda de AM. Estaré en el puerto de South Street todos los días al mediodía: cuando el sol está más alto. Si hay alguien ahí… quien sea… si hay alguien ahí puedo proporcionar comida, refugio y seguridad. Si hay alguien ahí… quien sea… por favor… no estás solo”.

29 de enero de 2008

Oscuridad


Estaba la luz apagada porque a él le gustaba la luz apagada cuando escuchaba música. Eso hacíamos, hablar y escuchar el Parachutes de Coldplay con la luz apagada. Estaba sentado a unos metros de mí, yo veía su silueta y el lugar donde debería estar su rostro. No veía nada más, y supongo que él tampoco. Pero de todas formas lo miraba, imaginaba su boca moviéndose al pronunciar las palabras y su sonrisa cuando lo escuchaba reír. De vez en cuando el foco de un auto en la calle atravesaba la ventana e iluminaba su cara y los mechones de pelo que le caían encima mientras hablaba de Sartre y del libro que había leído de él hace poco mientras yo guardaba silencio y me comía las uñas aprovechando la penumbra y su imposibilidad de verme. Le dije que mejor fuera a comprar una cerveza, que la filosofía no iba conmigo aunque me gustara la utopía de Sartre y dijo que afuera hacía demasiado frío y se acercó a la cama donde yo estaba y miró por la ventana unos segundos como calculando los grados Celsius a través del vidrio. Era más bien grande y parecía crecer junto a la exigua luz que entraba desde la ventana, como un animal enfurecido, quizás pensé eso o quizás pensé en un animal hambriento, de todas formas pensé en un animal cuando lo vi montado en la ventana y le toqué el brazo como esperando que volviera a ser un ser humano a mi lado hablando de filósofos franceses y entonces me miró y sus ojos estaban ciegos, o eso creí, porque fruncía el ceño como buscándome en la penumbra y yo tuve miedo de que sus ojos chocaran con los míos no sé porqué y le dije que no hacía tanto frío como para ir por una cerveza y él encontró mis ojos y me dijo el vidrio está empañado, debe hacer un frío de mierda allí afuera y por alguna razón yo no quería -o no podía- sacar mi mano de su brazo como esperando que volviera a su forma humana o se quedara allí, congelado junto a mí toda la noche. Entonces fue como si se complementara con la oscuridad y creciera más aún sobre mí hasta cubrirme por completo y dejarme sin aire. No me dijo nada y yo tampoco. Puso su mano en mi cintura y me deslizó sobre la cama como si fuera una hoja de uno de sus libros de Sartre. No podía ver su cara, ni sus ojos, tampoco si me estaba mirando o permanecía ciego bajo sus parpados. Metió sus manos bajo mi ropa mientras el disco de Coldplay todavía sonaba y se mezclaba con la oscuridad y los reflejos de la ventana y su cuerpo inmenso y mis ganas eternas y el existencialismo de Sartre y el eco de la cama y de las sombras.

Creo que estuvimos a oscuras hasta que se resignó la noche y se terminó la música y las luces de la ciudad se apagaban en la niebla y los perros guardaban su lúgubre silencio al igual que la cama y que nosotros. Le dije que ahora podía ir a comprar la cerveza y me dijo que ya no estábamos hablando de filosofía así que podía prescindir de ella, entonces me abrazó y se quedó callado el resto de la noche como si durmiera o como si fingiera dormir y yo miraba la ventana y pensaba en el frío de los perros y su respiración apagada como si dejara de existir de a poco y fingí dormir un rato hasta que me dormí de verdad y me perdí en sueños donde él aparecía más grande aún alzándose sobre mí como una estatua impoluta y severa.

Cuando despertamos el día estaba colándose insolente desde la ventana y me sonrió antes de comenzar a vestirse. Me habló de unas películas que se había conseguido y de un asunto pendiente con un profesor de su universidad. Me vestí casi sin ganas y me dijo que me iría a dejar al bus. Éramos amigos sin duda, y yo tuve que acordarme del existencialismo antes de comenzar a fingir. Nunca más volvimos a hablar de Sartre.