16 de marzo de 2008

Interpol, Santiago 2008



Debo aclarar que no haber contado con la plata para pagar la entrada al concierto de Interpol y haberme sometido al estresante sistema de entrar a la mala con un ticket-dealer que por 10 lucas nos dejó entre el primer control y el segundo –algo así como el limbo- fue una experiencia que bordeaba lo terrorífico. Sin embargo no me quejo. No cualquiera puede ver un show tan hermoso por las módicas 10 lucas que pagamos todos nosotros.

El concierto empezó con “Pioneer to the falls”, y sólo entonces le tomé el peso al hecho de que estaba ahí frente a Interpol, una banda que nunca esperé ver en mi querido y perdido país. Sentada en la platea del teatro Caupolican, todos esos días depresivos se me vinieron entonces de golpe a la memoria y pensé –casi alegrándome de que tan sólo fueran un recuerdo ahora- en lo mal que lo he pasado a veces y de lo terriblemente significativa que se vuelve la música en tu vida. De lo profundo que puede calarte la mente una sola canción, sólo 5 minutos de sonidos que se te quedan como una marca indeleble. Y cuando pasan al segundo tema, el maravilloso “Obstacle one” no puedo mantenerme sentada, un puñado de sentimientos se me vienen encima inclementes y recuerdo las imágenes que me inventé de un Santiago invernal, un Santiago gris, vacío, mojado, quieto, el Santiago nocturno que vi escuchando “Obstacle one” en la micro cuando era invierno en mi vida y afuera llovía tan fuerte como en mi cabeza. Y como si ellos hubiesen podido entenderme en esos momentos, lanzan “Untitled”, el tema más bello del mundo en esos momentos para los que estábamos presentes, y yo sólo pude abrazar a Eduardo y dar gracias al cielo por estar ahí, por estar mejor, por haber sobrevivido.

El concierto al final resultó ser increíble. Sonaban como en un disco y la oscuridad de sus canciones nos mantuvo hipnotizados durante la hora y media que duró el concierto. Al final quedé con la sensación de haber desenterrado mis penas, haberlas perdonado y sepultado con la última canción la noche. Y yo salí del teatro sintiéndome increíblemente feliz –con el estómago revuelto, con fatiga y ganas de morir físicamente, pero feliz al fin y al cabo-